Página 626 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
escogido a David como futuro soberano de su pueblo; y creían
que con él, aunque estuviese como fugitivo en una cueva solitaria,
estarían más seguros que si se quedaban a merced de la locura de un
rey celoso.
En la cueva de Adullam, la familia se hallaba unida por la sim-
patía y el afecto. El hijo de Isaí podía producir melodías con la voz y
con su arpa mientras cantaba: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso
es habitar los hermanos igualmente en uno!”
Salmos 133:1
. Había
probado las amarguras de la desconfianza de sus propios hermanos;
y la armonía que había reemplazado la discordia llenaba de regocijo
el corazón del desterrado. Allí fué donde David compuso el salmo
57.
Antes de que transcurriera mucho tiempo se unieron a la compa-
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ñía de David otros hombres que trataban de escapar a las exigencias
del rey. Muchos eran los que habían perdido la confianza en el sobe-
rano de Israel, pues podían ver que ya no le guiaba el Espíritu del
Señor. “Y juntáronse con él todos los afligidos, y todo el que estaba
adeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y
fué hecho capitán de ellos: y tuvo consigo como cuatrocientos hom-
bres.” Así tuvo David un pequeño reino propio, y en él imperaban la
disciplina y el orden.
Pero aun en su retiro de las montañas, distaba mucho de sentirse
seguro; pues de continuo tenía evidencias de que el rey no había
renunciado a sus propósitos homicidas. Cerca del rey de Moab halló
refugio para sus padres; y luego al recibir de un profeta del Señor
una advertencia de peligro, huyó de su escondite hacia el bosque de
Hareth.
Lo que experimentaba David no era innecesario ni estéril. Dios
le sometía a un proceso de disciplina a fin de prepararle tanto para
el cargo de sabio general como para el de rey justo y misericordioso.
Con su banda de fugitivos, David obtenía una excelente preparación
para asumir la obra de la cual Saúl se hacía totalmente indigno por su
furia asesina y su ciega indiscreción. No pueden los hombres alejarse
del consejo de Dios, y retener la calma ni la sabiduría necesarias
para obrar con justicia y discreción. No hay locura tan temible ni tan
desesperada y fútil, como la que consiste en seguir el juicio humano,
sin dirección de la sabiduría de Dios.