Página 629 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La magnanimidad de David
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¿Cómo decís a mi alma:
Escapa al monte cual ave?
Porque he aquí, los malos flecharon el arco,
Apercibieron sus saetas sobre la cuerda,
Para asaetear en oculto
A los rectos de corazón.
Si fueren destruídos los fundamentos,
¿Qué ha de hacer el justo?
Jehová en el templo de su santidad:
La silla de Jehová está en el cielo:
Sus ojos ven, sus párpados examinan
A los hijos de los hombres.
Jehová prueba al justo;
Empero al malo y al que ama la violencia,
Su alma aborrece.”
Salmos 11:1-5
.
Los zifitas a cuya región salvaje David había huído desde Keila,
avisaron a Saúl, en Gabaa, de que sabían donde se ocultaba David, y
que guiarían al rey a su retiro. Pero David, advertido de las intencio-
nes de ellos, cambió de posición, y buscó refugio en las montañas
entre Maón y el mar Muerto.
Nuevamente se le comunicó a Saúl: “He aquí que David está en
el desierto de Engaddi. Y tomando Saúl tres mil hombres escogidos
de todo Israel, fué en busca de David y de los suyos, por las cumbres
de los peñascos de las cabras monteses.” David sólo tenía seiscientos
hombres en su compañía, en tanto que Saúl avanzaba contra él con
un ejército de tres mil.
En una cueva retirada el hijo de Isaí y sus hombres esperaban la
dirección de Dios acerca de lo que habían de hacer. Mientras Saúl
se abría paso montaña arriba, se desvió, y entró solo en la caverna
misma donde David y su grupo estaban escondidos. Cuando los
hombres de David vieron esto, le instaron a que diera muerte a Saúl.
Interpretaban ellos el hecho de que el rey estaba ahora en su poder,
como una evidencia segura de que Dios mismo había entregado al
enemigo en sus manos, para que lo mataran. David estuvo tentado a
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mirar así el asunto; pero la voz de la conciencia le habló, diciéndole:
No toques al ungido de Jehová.