Página 631 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La magnanimidad de David
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tiempo. Así que cuando Saúl regresó a su casa, David se quedó en
las fortalezas de las montañas.
La enemistad que alimentan hacia los siervos de Dios los que
han cedido al poder de Satanás se trueca a veces en sentimiento de
reconciliación y favor; pero este cambio no siempre resulta duradero.
A veces, después que los hombres de mente corrompida se dedicaron
a hacer y decir cosas inicuas contra los siervos del Señor, se arraiga
en su mente la convicción de que obraban mal. El Espíritu del Señor
contiende con ellos, y humillan su corazón ante Dios y ante aquellos
cuya influencia procuraron destruir, y es posible que cambien de
conducta para con ellos. Pero cuando vuelven a abrir las puertas
a las sugestiones del maligno, reviven las antiguas dudas, la vieja
enemistad se despierta, y vuelven a dedicarse a la misma obra de
la cual se habían arrepentido, y que por algún tiempo abandonaron.
Vuelven a entregarse a la maledicencia, acusando y condenando en
forma acérrima a los mismos a quienes habían hecho la más humilde
confesión. A las tales personas Satanás puede usarlas, después que
adoptaron esa conducta, con mucho más poder que antes, porque
han pecado contra una luz mayor.
“Y murió Samuel, y juntóse todo Israel, y lo lloraron, y lo se-
pultaron en su casa en Rama.” La nación de Israel consideró la
muerte de Samuel como una pérdida irreparable. Había caído un
profeta grande y bueno, y un juez eminente; y el dolor del pueblo
era profundo y sincero. Desde su juventud, Samuel había caminado
ante Israel con corazón íntegro. Aunque Saúl había sido el rey reco-
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nocido, Samuel había ejercido una influencia mucho más poderosa
que él, porque tenía en su haber una vida de fidelidad, obediencia y
devoción. Leemos que juzgó a Israel todos los días de su vida.
Cuando el pueblo comparaba la conducta de Saúl con la de
Samuel, veía el error que había cometido al desear un rey para no
ser diferente de las naciones que lo circundaban. Muchos veían
con alarma las condiciones imperantes en la sociedad, la cual se
impregnaba rápidamente de irreligión e iniquidad. El ejemplo de
su soberano ejercía una vasta influencia, y muy bien podía Israel
lamentar el hecho de que había muerto Samuel, el profeta de Jehová.
La nación había perdido al fundador y presidente de las escuelas
sagradas; pero eso no era todo. Había perdido al hombre a quien
el pueblo solía acudir con sus grandes aflicciones, había perdido al