Página 634 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
castigar al hombre que le había negado su derecho, y había agregado
al daño insultos. Este movimiento impulsivo estaba más en armonía
con el carácter de Saúl que con el de David; pero el hijo de Isaí
tenía que aprender todavía lecciones de paciencia en la escuela de la
aflicción.
Después que Nabal hubo despedido a los jóvenes de David, uno
de los criados de Nabal se dirigió apresuradamente a Abigail, esposa
de Nabal, y la puso al tanto de lo que había sucedido. “He aquí—dijo
él—David envió mensajeros del desierto que saludasen a nuestro
amo, y él los ha zaherido. Mas aquellos hombres nos han sido muy
buenos, y nunca nos han hecho fuerza, ni ninguna cosa nos ha faltado
en todo el tiempo que hemos conversado con ellos, mientras hemos
estado en el campo. Hannos sido por muro de día y de noche, todos
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los días que hemos estado con ellos apacentando las ovejas. Ahora
pues, entiende y mira lo que has de hacer, porque el mal está del
todo resuelto contra nuestro amo y contra toda su casa.”
Sin consultar a su marido ni decirle su intención, Abigail hizo
una provisión amplia de abastecimientos y, cargada en asnos, la
envió a David bajo el cuidado de sus siervos, y fué ella misma en
busca de la compañía de David. La encontró en un lugar protegido
de una colina. “Y como Abigail vió a David, apeóse prestamente
del asno, y postrándose delante de David sobre su rostro, inclinóse a
tierra; y echóse a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado;
mas ruégote hable tu sierva en tus oídos, y oye las palabras de tu
sierva.”
Abigail se dirigió a David con tanta reverencia como si hubiese
hablado a un monarca coronado. Nabal había exclamado desdeño-
samente: “¿Quién es David?” Pero Abigail le llamó: “Señor mío.”
Con palabras bondadosas procuró calmar los sentimientos irritados
de él, y le suplicó en favor de su marido. Sin ninguna ostentación ni
orgullo, pero llena de sabiduría y del amor de Dios, Abigail reveló la
fortaleza de su devoción a su casa; y explicó claramente a David que
la conducta hostil de su marido no había sido premeditada contra él
como una afrenta personal, sino que era simplemente el arrebato de
una naturaleza desgraciada y egoísta.
“Ahora pues, señor mío, vive Jehová y vive tu alma, que Jehová
te ha estorbado que vinieses a derramar sangre, y vengarte por tu
propia mano. Sean pues como Nabal tus enemigos, y todos los que