Página 635 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La magnanimidad de David
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procuran mal contra mi señor.” Abigail no atribuyó a sí misma el
razonamiento que desvió a David de su propósito precipitado, sino
que dió a Dios el honor y la alabanza. Luego le ofreció sus ricos
abastecimientos como ofrenda de paz a los hombres de David, y
aun siguió rogando como si ella misma hubiese sido la persona que
había provocado el resentimiento del jefe.
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“Yo te ruego—dijo ella—que perdones a tu sierva esta ofensa;
pues Jehová de cierto hará casa firme a mi señor, por cuanto mi
señor hace las guerras de Jehová, y mal no se ha hallado en ti en tus
días.” Abigail insinuó el curso que David debía seguir. Debía librar
las batallas del Señor. No debía procurar vengarse por los agravios
personales, aun cuando se le perseguía como a un traidor. Continuó
diciendo: “Bien que alguien se haya levantado a perseguirte y atentar
a tu vida, con todo, el alma de mi señor será ligada en el haz de los
que viven con Jehová Dios tuyo.... Y acontecerá que cuando Jehová
hiciere con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y
te mandare que seas caudillo sobre Israel, entonces, señor mío, no te
será esto en tropiezo y turbación de corazón, el que hayas derramado
sangre sin causa, o que mi señor se haya vengado por sí mismo.
Guárdese pues mi señor, y cuando Jehová hiciere bien a mi señor,
acuérdate de tu sierva.”
Estas palabras sólo pudieron brotar de los labios de una persona
que participaba de la sabiduría de lo alto. La piedad de Abigail,
como la fragancia de una flor, se expresaba inconscientemente en
su semblante, sus palabras y sus acciones. El Espíritu del Hijo de
Dios moraba en su alma. Su palabra, sazonada de gracia, y henchida
de bondad y de paz, derramaba una influencia celestial. Impulsos
mejores se apoderaron de David, y tembló al pensar en lo que pudie-
ra haber resultado de su propósito temerario. “Bienaventurados los
pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Mateo 5:9
.
¡Ojalá que hubiera muchas personas como esta mujer de Israel, que
suavizaran los sentimientos irritados y sofocaran los impulsos teme-
rarios y evitaran grandes males por medio de palabras impregnadas
de una sabiduría serena y bien dirigida!
Una vida cristiana consagrada derrama siempre luz, consuelo y
paz. Se caracteriza por la pureza, el tino, la sencillez y el deseo de
servir a los semejantes. Está dominada por ese amor desinteresado
que santifica la influencia. Está henchida del Espíritu de Cristo, y
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