Página 639 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La magnanimidad de David
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El Señor no envió a David para que buscara protección entre los
filisteos, los enemigos acérrimos de Israel. Esa nación se iba a contar
entre sus peores enemigos hasta el final; y sin embargo, huyó a ella
en busca de ayuda cuando la necesitó. Habiendo perdido toda fe en
Saúl y en los que le servían, se entregó a la merced de los enemigos
de su pueblo. David era un general valeroso; había dado muestras
de ser un guerrero sabio y había salido siempre victorioso en sus
batallas; pero ahora estaba obrando directamente contra sus propios
intereses al dirigirse a los filisteos. Dios le había designado para que
levantase su estandarte en la tierra de Judá, y fué la falta de fe lo que
le llevó a abandonar su puesto del deber sin un mandamiento del
Señor.
La incredulidad de David deshonró a Dios. Los filisteos habían
temido más a David que a Saúl y sus ejércitos; y al ponerse bajo
la protección de los filisteos, David les reveló las debilidades de su
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propio pueblo. Así animó a estos implacables enemigos a oprimir
a Israel. David había sido ungido para que defendiera al pueblo de
Dios; y el Señor no quería que sus siervos alentaran a los impíos
revelando la debilidad de su pueblo ni aparentando indiferencia hacia
el bienestar de dicho pueblo. Además, sus hermanos recibieron la
impresión que él se había ido con los paganos para servir a sus
dioses. Su acto dió lugar a que se interpretaran mal sus móviles, y
muchos se sintieron inducidos a tener prejuicio contra él. Aquello
mismo que Satanás quería que hiciera, fué inducido a hacerlo; pues,
al buscar refugio entre los filisteos, David causó gran alegría a los
enemigos de Dios y de su pueblo. David no renunció al culto que
rendía a Dios, ni dejó de dedicarse a su causa; pero sacrificó su
confianza en él en favor de la seguridad personal, y así empañó el
carácter recto y fiel que Dios exige que sus siervos tengan.
El rey de los filisteos recibió cordialmente a David. Lo caluroso
de esta recepción se debió en parte a que el rey le admiraba, y
en parte al hecho de que halagaba su vanidad el que un hebreo
buscaba su protección. David se sentía seguro contra la traición en
los dominios de Achis. Llevó a su familia, a los miembros de su
casa, y sus posesiones, como lo hicieron también sus hombres; y
a juzgar por todas las apariencias, había ido allí para establecerse
permanentemente en la tierra de los filisteos. Todo esto agradaba
mucho al rey Achis, quien prometió proteger a los israelitas fugitivos.