636
Historia de los Patriarcas y Profetas
Al pedir David una residencia en el campo, lejos de la ciudad
real, el rey le otorgó generosamente Siclag como posesión. David
se percataba de que estar bajo la influencia de los idóla-, tras sería
peligroso para él y sus hombres. En una ciudad enteramente separada
para su propio uso, podrían adorar a Dios con más libertad que si
permanecieran en Gath, donde los ritos paganos no podían menos
de resultar en una fuente de iniquidad y molestia.
Mientras moraba en esa ciudad remota, David hizo guerra a los
[730]
gesureos, a los gerzeos y a los amalecitas, sin dejar nunca uno solo
vivo que llevara las noticias a Gath. Cuando volvía de la batalla,
daba a entender a Achis que había estado guerreando contra los
de su propia nación, los hombres de Judá. Con este fingimiento, se
convirtió en el medio de fortalecer la mano de los filisteos; pues el
rey razonaba: “El se hace abominable a su pueblo de Israel, y será
siempre mi siervo.” David sabía que era la voluntad de Dios que
aquellas tribus paganas fueran destruídas, y también sabía que él
había sido designado para llevar a cabo esa obra; pero no seguía los
caminos y consejos de Dios al practicar el engaño.
“Y aconteció que en aquellos días los Filisteos juntaron sus
campos para pelear contra Israel. Y dijo Achis a David: Sabe de
cierto que has de salir conmigo a campaña, tú y los tuyos.” David
no tenía intención de alzar su mano contra su pueblo; pero no estaba
seguro de la conducta que debía seguir, hasta que las circunstancias
le indicaran su deber. Contestó al rey evasivamente, y le dijo: “Sabrás
pues lo que hará tu siervo.” Achis interpretó estas palabras como
una promesa de ayuda en la guerra que se aproximaba, y prometió
otorgarle a David grandes honores, y darle un elevado cargo en la
corte filistea.
Pero aunque la fe de David había vacilado un tanto acerca de las
promesas de Dios, aun recordaba que Samuel le había ungido como
rey de Israel. No olvidaba las victorias que Dios le había dado sobre
sus enemigos en el pasado. Consideró en una mirada retrospectiva
la gran misericordia de Dios al preservarle de la mano de Saúl, y
decidió no traicionar el cometido sagrado. Aunque el rey de Israel
había procurado matarle, decidió no unir sus fuerzas a las de los
enemigos de su pueblo.
[731]