La muerte de Saúl
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cautivo a voluntad de Satanás! ¡Cuán obscuro es el sendero que
elige para sus pies el que insistió en hacer su propia voluntad, y
resistió a la santa influencia del Espíritu de Dios! ¡Cuán terrible es la
servidumbre del que se entrega al dominio del peor de los tiranos, a
saber, él mismo! La confianza en Dios, y la obediencia a su voluntad,
eran las únicas condiciones bajo las cuales Saúl podía ser rey de
Israel. Si hubiera cumplido con estas condiciones durante todo su
reinado, su reino habría estado seguro; Dios habría sido su guía,
el Omnipotente su escudo. Dios había soportado mucho tiempo a
Saúl; y aunque su rebelión y su obstinación casi habían acallado la
voz divina en su alma, aun tenía oportunidad de arrepentirse. Pero
cuando en su peligro se apartó de Dios para obtener luz de una aliada
de Satanás, cortó el último vínculo que le ataba a su Creador; se
puso completamente bajo el dominio de aquel poder diabólico que
desde hacía muchos años se ejercía sobre él, y le había llevado al
mismo borde de la destrucción.
Bajo la protección de las tinieblas nocturnas, Saúl y sus asisten-
tes avanzaron a través de la llanura, y dejando sin tropiezo a un lado
la hueste filistea, cruzaron la montaña para llegar al solitario domi-
cilio de la pitonisa de Endor. Allí se había ocultado la adivina para
continuar secretamente la práctica de sus encantamientos profanos.
Aunque Saúl estaba disfrazado, su elevada estatura y regio porte
indicaban que no era un soldado común. La mujer sospechó que el
visitante fuese Saúl, y los ricos regalos que le ofreció reforzaron sus
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sospechas. Al pedido que le dirigió: “Yo te ruego que me adivines
por el espíritu de pythón, y me hagas subir a quien yo te dijere,”
la mujer contestó: “He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho, cómo
ha separado de la tierra los pithones y los adivinos: ¿por qué pues
pones tropiezo a mi vida, para hacerme matar? Entonces Saúl le juró
por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por
esto.” Y cuando ella dijo: “¿A quién te haré venir?” contestó él: “A
Samuel.”
Después de practicar sus encantamientos, ella le dijo: “He visto
dioses que suben de la tierra.... Un hombre anciano viene, cubierto
de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando
el rostro a tierra, hizo gran reverencia.”
No fué el santo profeta de Dios el que vino, evocado por los
encantamientos de la pitonisa. Samuel no estuvo presente en aquella