Página 672 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
habían andado seis pasos, sonaba la trompeta mandando hacer alto.
Por orden de David, se habían de ofrecer “un buey y un carnero
grueso.” El regocijo reinaba en lugar del temor entre la multitud. El
rey había puesto a un lado los hábitos regios, y se había vestido de
un efod de lino sencillo, como el que llevaban los sacerdotes. No
quería indicar por este acto que asumía las funciones sacerdotales,
pues el efod era llevado a veces por otras personas además de los
sacerdotes. Pero en este santo servicio tomaba su lugar, ante Dios, en
igualdad de condiciones con sus súbditos. En ese día debía adorarse
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a Jehová. Era el único que debía recibir reverencia.
Nuevamente el largo séquito se puso en movimiento, y flotó
hacia el cielo la música de arpas y cornetas, de trompetas y címbalos,
fusionada con la melodía de una multitud de voces. En su regocijo,
David “saltaba con toda su fuerza delante de Jehová,” al compás de
la música.
El hecho de que, en su alegría reverente, David bailó delante
de Dios ha sido citado por los amantes de los placeres mundanos
para justificar los bailes modernos; pero este argumento no tiene
fundamento. En nuestros días, el baile va asociado con insensateces
y festines de medianoche. La salud y la moral se sacrifican en aras
del placer. Los que frecuentan los salones de baile no hacen de Dios
el objeto de su contemplación y reverencia. La oración o los cantos
de alabanza serían considerados intempestivos en esas asambleas y
reuniones. Esta prueba debiera ser decisiva. Los cristianos verda-
deros no han de procurar las diversiones que tienden a debilitar el
amor a las cosas sagradas y a aminorar nuestro gozo en el servicio
de Dios. La música y la danza de alegre alabanza a Dios mientras se
transportaba el arca no se asemejaban para nada a la disipación de
los bailes modernos. Las primeras tenían por objeto recordar a Dios
y ensalzar su santo nombre. Los segundos son un medio que Satanás
usa para hacer que los hombres se olviden de Dios y le deshonren.
En seguimiento del símbolo de su Rey invisible, la procesión
triunfal se aproximó a la capital. Se produjo entonces una explosión
de cánticos, para pedir a los espectadores que estaban en las murallas
que las puertas de la ciudad santa se abrieran de par en par:
“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,