Página 686 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
a su mujer, y a él mataste con el cuchillo de los hijos de Ammón. Por
lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada.... He aquí
yo levantaré sobre ti el mal de tu misma casa, y tomaré tus mujeres
delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo.... Porque tú lo hiciste en
secreto: mas yo haré esto delante de todo Israel, y delante del sol.”
El reproche del profeta conmovió el corazón de David; se des-
pertó su conciencia; y su culpa le apareció en toda su enormidad.
Su alma se postró en penitencia ante Dios. Con labios temblorosos
exclamó: “Pequé contra Jehová.” Todo daño o agravio que se haga a
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otros se extiende del perjudicado a Dios. David había cometido un
grave pecado contra Urías y Betsabé, y se daba cuenta perfecta de
su gran transgresión. Pero mucho más grave era su pecado contra
Dios.
Aunque no se hallara a nadie en Israel que ejecutara la sentencia
de muerte contra el ungido del Señor, David tembló por temor de
que, culpable y sin perdón, fuese abatido por el rápido juicio de
Dios. Pero se le envió por medio del profeta este mensaje: “También
Jehová ha remitido tu pecado: no morirás.” No obstante, la justicia
debía mantenerse. La sentencia de muerte fué transferida de David
al hijo de su pecado. Así se le dió al rey oportunidad de arrepentirse;
mientras que el sufrimiento y la muerte del niño, como parte de
su castigo, le resultaban más amargos de lo que hubiera sido su
propia muerte. El profeta dijo: “Por cuanto con este negocio hiciste
blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido morirá
ciertamente.”
Cuando el niño cayó enfermo, David imploró y suplicó por su
vida, con ayuno y profunda humillación. Se despojó de sus prendas
reales, hizo a un lado su corona, y noche tras noche yacía en el
suelo, intercediendo con dolor desesperado en pro del inocente que
sufría a causa de su propia culpa. “Y levantándose los ancianos de
su casa fueron a él para hacerlo levantar de tierra; mas él no quiso.”
A menudo cuando se habían pronunciado juicios contra personas o
ciudades, la humillación y el arrepentimiento habían bastado para
apartar el golpe, y el Dios que siempre tiene misericordia y es presto
a perdonar, había enviado mensajeros de paz. Alentado por este
pensamiento, David perseveró en su súplica mientras vivió el niño.
Cuando supo que estaba muerto, con calma y resignación David se
sometió al decreto de Dios. Había caído el primer golpe de aquel