Página 687 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El pecado de David y su arrepentimiento
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castigo que él mismo había declarado justo. Pero David, confiando
en la misericordia de Dios, no quedó sin consuelo.
Muchos, leyendo la historia de la caída de David, han pregunta-
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do: ¿Por qué se hizo público este relato? ¿Por qué consideró Dios
conveniente descubrir al mundo este pasaje obscuro de la vida de uno
que fué altamente honrado por el Cielo? El profeta, en el reproche
que hizo a David, había declarado tocante a su pecado: “Con este
negocio hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová.” A través de
las generaciones sucesivas, los incrédulos han señalado el carácter
de David y la mancha negra que lleva, y han exclamado en son de
triunfo y burla: “¡He aquí el hombre según el corazón de Dios!” Así
se ha echado oprobio sobre la religión; Dios y su palabra han sido
blasfemados; muchas almas se han endurecido en la incredulidad,
y muchos, bajo un manto de piedad, se han envalentonado en el
pecado.
Pero la historia de David no suministra motivos por tolerar el
pecado. David fué llamado hombre según el corazón de Dios cuando
andaba de acuerdo con su consejo. Cuando pecó, dejó de serlo
hasta que, por arrepentimiento, hubo vuelto al Señor. La Palabra
de Dios manifiesta claramente: “Esto que David había hecho, fué
desagradable a los ojos de Jehová.” Y el Señor le dijo a David
por medio del profeta: “¿Por qué pues tuviste en poco la palabra
de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? ... Por lo cual
ahora no se apartará jamás de tu casa la espada; por cuanto me
menospreciaste.” Aunque David se arrepintió de su pecado, y fué
perdonado y aceptado por el Señor, cosechó la funesta mies de la
siembra que él mismo había sembrado. Los juicios que cayeron
sobre él y sobre su casa atestiguan cuanto aborrece Dios al pecado.
Hasta entonces la providencia de Dios había protegido a David
de todas las conspiraciones de sus enemigos, y se había ejercido
directamente para refrenar a Saúl. Pero la transgresión de David
había cambiado su relación con Dios. En ninguna forma podía
el Señor sancionar la iniquidad. No podía ejercitar su poder para
proteger a David de los resultados de su pecado como le había
protegido de la enemistad de Saúl.
Se produjo un gran cambio en David mismo. Quebrantaba su
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espíritu la comprensión de su pecado y de sus abarcantes resultados.
Se sentía humillado ante los ojos de sus súbditos. Su influencia sufrió