Página 688 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
menoscabo. Hasta entonces su prosperidad se había atribuído a su
obediencia concienzuda a los mandamientos del Señor. Pero ahora
sus súbditos, conociendo el pecado de él, podrían verse inducidos a
pecar más libremente. En su propia casa, se debilitó su autoridad y su
derecho a que sus hijos le respetasen y obedeciesen. Cierto sentido
de su culpabilidad le hacía guardar silencio cuando debiera haber
condenado el pecado; y debilitaba su brazo para ejecutar justicia
en su casa. Su mal ejemplo influyó en sus hijos, y Dios no quiso
intervenir para evitar los resultados. Permitió que las cosas tomaran
su curso natural, y así David fué castigado severamente.
Durante un año entero después de su caída, David vivió en segu-
ridad aparente; no había evidencia externa del desagrado de Dios.
Pero la sentencia divina pendía sobre él. Rápida y seguramente se
aproximaba el día del juicio y del castigo, que ningún arrepentimien-
to podía evitar, es decir, la agonía y la vergüenza que ensombrecía
toda su vida terrenal. Los que, señalando el ejemplo de David, tratan
de aminorar la culpa de sus propios pecados, debieran aprender de
las lecciones del relato bíblico que el camino de la transgresión es
duro. Aunque, como David, se volvieran de sus caminos impíos, los
resultados del pecado, aun en esta vida, serán amargos y difíciles de
soportar.
Dios quiso que la historia de la caída de David sirviera como
una advertencia de que aun aquellos a quienes él ha bendecido y
favorecido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco des-
cuidar el velar y orar. Así ha resultado para los que con humildad
han procurado aprender lo que Dios quiso enseñar con esa lección.
De generación en generación, miles han sido así inducidos a darse
cuenta de su propio peligro frente al poder tentador del enemigo
común. La caída de David, hombre que fué grandemente honrado
por el Señor, despertó en ellos la desconfianza de sí mismos. Com-
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prendieron que sólo Dios podía guardarlos por su poder mediante la
fe. Sabiendo que en él estaba la fortaleza y la seguridad, temieron
dar el primer paso en tierra de Satanás.
Aun antes de que se hubiese dictado la sentencia divina contra
David, éste ya había comenzado a cosechar el fruto de su transgre-
sión. Su conciencia no tenía paz. En el salmo 32 presenta la agonía
que su espíritu soportó entonces. Dice: