La rebelión de Absalón
689
había dado oportunidad de arrepentirse; pero continuó en el pecado,
y cargado con su culpa fué abatido por la muerte, a la espera del
terrible tribunal del juicio.
David había descuidado su obligación de castigar el crimen
de Amnón, y a causa de la infidelidad del rey y padre, y por la
impenitencia del hijo, el Señor permitió que los acontecimientos
siguieran su curso natural, y no refrenó a Absalón. Cuando los
padres o los gobernantes descuidan su deber de castigar la iniquidad,
Dios mismo toma el caso en sus manos. Su poder refrenador se
desvía hasta cierta medida de los instrumentos del mal, de modo que
se produzca una serie de circunstancias que castigue al pecado con
el pecado.
Los resultados funestos de la injusta complacencia de David
hacia Amnón no terminaron con esto; pues entonces principió el
desafecto de Absalón con su padre. Cuando el joven príncipe huyó
a Gesur, David, creyendo que el crimen de su hijo exigía algún
castigo, le negó permiso para regresar. Pero esto tendió a aumentar
más bien que disminuir los males inextricables que enredaban al rey.
Absalón, hombre enérgico, ambicioso y sin principios, al quedar,
por su destierro, impedido de participar en los asuntos del reino, no
tardó en entregarse a maquinaciones peligrosas.
Al cabo de dos años, Joab resolvió efectuar una reconciliación
entre el padre y el hijo. Con este objeto, consiguió los servicios de
una mujer de Tecoa, famosa por su prudencia. Habiendo recibido
instrucciones de Joab, la mujer se presentó ante David como una
viuda cuyos dos hijos habían sido su único consuelo y apoyo. En
una disputa uno de ellos había muerto al otro, y ahora todos los
parientes de la familia exigían que el sobreviviente fuese entregado
al vengador de la sangre. “Así—dijo—apagarán el ascua que me
ha quedado, no dejando a mi marido nombre ni reliquia sobre la
[789]
tierra.” Los sentimientos del rey fueron conmovidos por esta súplica,
y aseguró a la mujer la protección real para su hijo.
Después de obtener del rey repetidas promesas de seguridad
para el joven, la mujer imploró su tolerancia para declararle que él
había hablado como culpable, porque no había hecho volver a casa
a su desterrado. “Porque—dijo—de cierto morimos, y somos como
aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse: ni