Página 700 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
ningún agravio contra Saúl ni contra su familia. Cuando Saúl estuvo
completamente en su poder, y pudo haberle dado muerte, se limitó a
cortar la orilla de su manto, y hasta se reprochó por haber mostrado
esta falta de respeto al ungido del Señor.
David había dado pruebas evidentes de que consideraba sagrada
la vida humana hasta cuando él mismo era perseguido como fiera.
Un día mientras estaba escondido en la cueva de Adullam, recordó
la libertad sin aflicciones de su niñez, y el fugitivo exclamó: “¡Quién
me diera a beber del agua de la cisterna de Beth-lehem, que está
a la puerta!”
2 Samuel 23:13-17
. Belén estaba entonces en manos
de los filisteos; pero tres hombres valientes de la guardia de David
atravesaron las líneas filisteas, y trajeron agua de Belén. David no
pudo beberla. “Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga esto—
exclamó.—¿He de beber yo la sangre de los varones que fueron con
peligro de su vida?” Y reverentemente derramó el agua en ofrenda
a Dios. David había sido guerrero; y gran parte de su vida había
transcurrido entre escenas de violencia; pero entre todos los que
pasaron por tal prueba, pocos son en verdad los que hayan sido tan
poco afectados por su influencia endurecedora y desmoralizadora
como lo fué David.
El sobrino de David, Abisai, uno de sus capitanes más valientes,
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no pudo escuchar con paciencia las palabras insultantes de Semei.
“¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey?—exclamó.—
Yo te ruego que me dejes pasar, y quitaréle la cabeza.” Pero el rey se
lo prohibió. “He aquí—dijo,—mi hijo que ha salido de mis entrañas,
acecha a mi vida: ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín? Dejadle
que maldiga, que Jehová se lo ha dicho. Quizá mirará Jehová a mi
aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy.”
La conciencia le estaba diciendo verdades amargas y humillantes
a David. Mientras que sus súbditos fieles se preguntaban el porqué
de este repentino cambio de fortuna, éste no era un misterio para el
rey. A menudo había tenido presentimientos de una hora como ésta.
Se había sorprendido de que Dios hubiera soportado durante tanto
tiempo sus pecados y hubiera dilatado la retribución que merecía.
Y ahora en su precipitada y triste huída, con los pies descalzos, y
habiendo trocado su manto real por saco y ceniza, y mientras los
lamentos de los que le seguían despertaban los ecos de las colinas,
pensó en su amada capital, en el sitio que había sido escenario de