Página 701 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La rebelión de Absalón
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su pecado, y al recordar las bondades y la paciencia de Dios, no
quedó del todo sin esperanza. Creyó que el Señor aun le trataría con
misericordia.
Más de un obrador de iniquidad ha excusado su propio pecado
señalando la caída de David; pero ¡cuán pocos son los que manifies-
tan la penitencia y la humildad de David! ¡Cuán pocos soportarían
la reprensión y la retribución con la paciencia y la fortaleza que él
manifestó! El había confesado su pecado, y durante muchos años
había procurado cumplir su deber como fiel siervo de Dios; había
trabajado por la edificación de su reino, y éste había alcanzado bajo
su gobierno una fortaleza y una prosperidad nunca logradas antes.
Había reunido enormes cantidades de material para la construcción
de la casa de Dios; y ahora, ¿iba a ser barrido todo el trabajo de su
vida? ¿Debían los resultados de muchos años de labor consagrada,
la obra del genio, de la devoción y del buen gobierno, pasar a las
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manos de su hijo traidor y temerario, que no consideraba el honor
de Dios ni la prosperidad de Israel? ¡Cuán natural hubiera parecido
que David murmurase contra Dios en esta gran aflicción!
Pero él vió en su propio pecado la causa de su dificultad. Las pa-
labras del profeta Miqueas respiran el espíritu que alentó el corazón
de David: “Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de
Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa
y haga mi juicio.”
Miqueas 7:8, 9
. Y el Señor no abandonó a David.
Este capítulo de su experiencia cuando, sufriendo los insultos más
crueles y los agravios más severos, se muestra humilde, desinteresa-
do, generoso y sumiso, es uno de los más nobles de toda su historia.
Jamás fué el gobernante de Israel más verdaderamente grande a los
ojos del cielo que en esta hora de más profunda humillación exterior.
Si Dios hubiera permitido que David continuase sin reprensión
por su pecado, y que permaneciera en paz y prosperidad en su trono
mientras estaba violando los preceptos divinos, el escéptico y el
infiel habrían tenido alguna excusa para citar la historia de David
como un oprobio para la religión de la Biblia. Pero en la aflicción
por la que hizo pasar a David, el Señor muestra que no puede tolerar
ni excusar el pecado. Y la historia de David nos permite ver también
los grandes fines que Dios tiene en perspectiva en su manera de tratar
con el pecado; nos permite seguir, aun a través de los castigos más
tenebrosos, el desenvolvimiento de sus propósitos de misericordia y