Página 706 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
corriente rápida, protegidos por la sombra de la noche, “antes que
amaneciese; ni siquiera faltó uno que no pasase el Jordán.”
David y sus fuerzas se retiraron a Mahanaim, que había sido la
sede real de Is-boseth. Esta era una ciudad poderosamente fortificada,
rodeada de una región montañosa favorable para la retirada en caso
de guerra. La comarca tenía abundancia de provisiones, y el pueblo
se mostraba amigo de la causa de David. Se le unieron muchos
partidarios, en tanto que los ricos cabecillas de las tribus le traían
abundantes regalos de provisiones y otras cosas necesarias.
El consejo de Husai había logrado su objeto, al proporcionar a
David la oportunidad de escapar; pero no se podía refrenar mucho
tiempo al príncipe temerario e impetuoso; y pronto emprendió la
persecución de su padre. “Y Absalom pasó el Jordán con toda la
gente de Israel.” Absalón hizo a Amasa, hijo de Abigail, hermana
de David, comandante en jefe de sus fuerzas. Su ejército era grande,
pero era indisciplinado y mal preparado para enfrentarse con los
soldados probados de su padre.
David dividió sus fuerzas en tres batallones bajo el mando de
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Joab, Abisai e Ittai el geteo, respectivamente. Al principio quiso
dirigir él personalmente su ejército en el campo de batalla; pero
protestaron vehementemente contra esto los oficiales de su ejército,
los consejeros y el pueblo. “No saldrás—dijeron;—porque si noso-
tros huyéremos, no harán caso de nosotros; y aunque la mitad de
nosotros muera, no harán caso de nosotros: mas tú ahora vales tanto
como diez mil de nosotros. Será pues mejor que tú nos des ayuda
desde la ciudad. Entonces el rey les dijo: Yo haré lo que bien os
pareciere.”
Las largas filas del ejército rebelde podían divisarse perfectamen-
te desde las murallas de la ciudad. El usurpador estaba acompañado
por una hueste inmensa, en comparación de la cual la fuerza de
David no parecía sino un puñado de hombres. Pero mientras el rey
miraba las fuerzas rebeldes, el pensamiento que predominaba en su
mente no se refería a la corona y al reino, ni tampoco a su propia
vida, que dependían de la batalla. El corazón del padre rebosaba de
amor y lástima para con su hijo rebelde. Mientras el ejército salía
por las puertas de la ciudad, David animó a sus fieles soldados a que
prosiguieran adelante, confiando en que el Dios de Israel les daría la
victoria. Pero aun entonces no pudo reprimir su amor por Absalón.