Página 708 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

704
Historia de los Patriarcas y Profetas
en el valle del rey, pero el único monumento que marcó su tumba
fué aquel montón de piedras en el desierto.
Una vez muerto el jefe de la rebelión, Joab hizo tocar la trompeta
para llamar a su ejército que perseguía a la hueste enemiga en su
huída, y en seguida se enviaron mensajeros para que llevaran las
noticias al rey.
El vigía que estaba sobre la muralla de la ciudad, mirando hacia
[806]
el campo de batalla, columbró a un hombre que venía corriendo
solo. Pronto un segundo hombre se hizo visible. Mientras el primero
se acercaba, el centinela le dijo al rey, que esperaba a un lado de la
puerta: “Paréceme el correr del primero como el correr de Ahimaas,
hijo de Sadoc. Y respondió el rey: Ese es hombre de bien, y viene
con buena nueva. Entonces Ahimaas dijo en alta voz al rey: Paz. E
inclinóse a tierra delante del rey, y dijo: Bendito sea Jehová Dios
tuyo, que ha entregado a los hombres que habían levantado sus
manos contra mi señor el rey.” A la pregunta ansiosa del rey: “¿El
mozo Absalom tiene paz?” Ahimaas dió una respuesta evasiva.
Vino el segundo mensajero, gritando: “Reciba nueva mi señor el
rey, que hoy Jehová ha defendido tu causa de la mano de todos los
que se habían levantado contra ti.” Nuevamente salió de los labios
del padre la pregunta ansiosa: “¿El mozo Absalom tiene paz?” No
pudiendo ocultar el mensajero la grave noticia, le contestó: “Como
aquel mozo sean los enemigos de mi señor el rey, y todos los que se
levantan contra ti para mal.”
Esto bastó. David no hizo más preguntas, sino que cabizbajo,
“subióse a la sala de la puerta, y lloró; y yendo, decía así: ¡Hijo mío
Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom! ¡Quién me diera que muriera
yo en lugar de ti, Absalom, hijo mío, hijo mío!”
El ejército victorioso, regresando del campo de batalla, se acer-
caba a la ciudad, y sus gritos de triunfo repercutían por las colinas
vecinas. Pero al entrar por la puerta de la ciudad, sus gritos se apaga-
ban, sus manos dejaban bajar los estandartes, y con mirada abatida,
avanzaban más como quienes hubiesen sufrido una derrota que como
vencedores. Porque el rey no los esperaba para darles la bienvenida,
sino que se oía desde la cámara de sobre la puerta su llanto lastimero:
“¡Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom! ¡Quién me diera
que muriera yo en lugar de ti, Absalom, hijo mío, hijo mío!”
[807]