La rebelión de Absalón
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“Y volvióse aquel día la victoria en luto para todo el pueblo;
porque oyó decir el pueblo aquel día que el rey tenía dolor por su
hijo. Entróse el pueblo aquel día en la ciudad escondidamente, como
suele entrar a escondidas el pueblo avergonzado que ha huído de la
batalla.”
Joab se llenó de indignación. Dios les había dado nuevo motivo
de triunfo y alegría; la rebelión más grande que jamás se hubiera
visto en Israel había sido deshecha; y sin embargo, esta gran victoria
era trocada en luto en honor de aquel cuyo crimen había costado la
sangre de miles de hombres valientes. El rudo y brusco capitán se
abrió paso hasta la presencia del rey y osadamente le dijo:
“Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que han
hoy librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, ... amando
a los que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman: porque
hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues
hoy echo de ver que si Absalom viviera, bien que nosotros todos
estuviéramos hoy muertos, entonces te contentaras. Levántate pues
ahora, y sal fuera, y halaga a tus siervos: porque juro por Jehová,
que si no sales, ni aun uno quede contigo esta noche; y de esto te
pesará más que de todos los males que te han sobrevenido desde tu
mocedad hasta ahora.”
A pesar de que este reproche era duro y cruel para el rey de
corazón quebrantado, David no se resintió por él. Viendo que su
general estaba en lo justo, bajó y fué a la puerta, y con palabras de
aliento y elogio saludó a sus valientes soldados mientras pasaban
frente a él.
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