Página 71 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Capítulo 7—El diluvio
Este capítulo está basado en Génesis 6 y Génesis 7.
En los días de Noé pesaba sobre la tierra una doble maldición,
como consecuencia de la transgresión de Adán y del asesinato come-
tido por Caín. No obstante esta circunstancia, la faz de la naturaleza
no había cambiado mucho. Había señales evidentes de decadencia,
pero la tierra todavía era bella y rica con los regalos de la providen-
cia de Dios. Las colinas estaban coronadas de majestuosos árboles
que sostenían los sarmientos cargados del fruto de la vid. Las vastas
planicies que semejaban jardines estaban vestidas de suave verdor
y endulzadas con la fragancia de miles de flores. Los frutos de la
tierra eran de una gran variedad y de una abundancia casi ilimitada.
Los árboles superaban en tamaño, belleza y perfecta simetría, a los
más hermosos del presente; la madera era de magnífica fibra y de
dura substancia, muy parecida a la piedra, y apenas un poco menos
durable que ésta. Además, abundaban el oro, la plata y las piedras
preciosas.
El linaje humano aun conservaba mucho de su vigor original.
Sólo pocas generaciones habían pasado desde que Adán había tenido
acceso al árbol que había de prolongar la vida; y la unidad de la
existencia del hombre era todavía el siglo. Si aquellas personas
dotadas de longevidad hubieran dedicado al servicio de Dios sus
excepcionales facultades para hacer planes y ejecutarlos, habrían
hecho del nombre de su Creador un motivo de alabanza en la tierra,
y habrían cumplido el motivo por el cual él les dió la vida. Pero
dejaron de hacerlo. Había muchos gigantes, hombres de gran estatura
y fuerza, renombrados por su sabiduría, hábiles para proyectar las
más sutiles y maravillosas obras; pero la culpa en que incurrieron
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al dar rienda suelta a la iniquidad fué proporcional a su pericia y
habilidad mentales.
Dios otorgó ricos y variados dones a estos antediluvianos; pero
los usaron para glorificarse a sí mismos, y los trocaron en maldición
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