Página 724 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
“El quinto milagro tenía por objeto destruir la confianza del pue-
blo en Belcebú, o dios de las moscas, que era reverenciado como
protector capaz de evitar los enjambres de moscas hambrientas que
solían apestar la tierra durante la canícula y, según los egipcios, sólo
eran eliminadas por la voluntad de ese ídolo. El milagro realizado
ahora por Moisés probaba terminantemente la impotencia de Bel-
cebú y obligaba al pueblo a buscar en otra parte auxilio y alivio del
terrible castigo que sufría.
“El sexto milagro, que destruyó el ganado, excepto el de los
israelitas, tenía por fin anular todo el sistema que hacía rendir culto
a los animales. Este sistema, tan degradante y grosero, había llegado
a ser un monstruo de muchas cabezas entre los egipcios. Tenían su
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toro sagrado, y otros muchos animales sagrados, como el carnero,
la ternera, la cabra, pero todos fueron muertos por intervención del
Dios de Moisés. En esa forma, por un solo acto de su poder, Jehová
manifestó su supremacía y destruyó la misma existencia de los ídolos
bestiales.
“Acerca de cuán apropiada era la sexta plaga (o séptimo milagro),
dice el escritor citado anteriormente, el lector recibirá una impresión
mejor cuando se le recuerde que en Egipto había varios altares sobre
los cuales se ofrecían ocasionalmente sacrificios humanos, para
propiciar a Tifón, o sea el principio del mal. Como estas víctimas
eran quemadas vivas, las cenizas eran recogidas por los sacerdotes
que oficiaban, quienes las arrojaban luego al aire y las esparcían
así para que el mal se desviara de todo sitio adonde un átomo de
estas cenizas fuera llevado. Siguiendo las instrucciones de Jehová,
Moisés tomó un puñado de cenizas del horno (el cual era muy
probablemente usado con frecuencia por los egipcios en esa época
para apartar las plagas), y lo arrojó al aire, como acostumbraban
hacer los sacerdotes; pero en vez de impedir el mal, hizo brotar
tumores y llagas en todos los habitantes de la tierra. Ni el rey, ni los
sacerdotes ni el pueblo escaparon. De modo que los ritos sangrientos
de Tifón se convirtieron en una maldición para los idólatras, se
confirmó la supremacía de Jehová y se insistió en la liberación de
los israelitas.
“El milagro noveno iba dirigido contra el culto de Serapis, cuyo
oficio especial era proteger el país contra las langostas. Periódica-
mente esos insectos destructores caían sobre la tierra en grandes