Página 76 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Pero Noé se mantuvo como una roca en medio de la tempestad.
Rodeado por el desdén y el ridículo popular, se distinguió por su
santa integridad y por su inconmovible fidelidad. Sus palabras iban
acompañadas de poder, pues eran la voz de Dios que hablaba a los
hombres por medio de su siervo. Su relación con Dios le comunicaba
la fuerza del poder infinito, mientras que, durante ciento veinte años,
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su voz solemne anunció a oídos de aquella generación acontecimien-
tos que, en cuanto podía juzgar la sabiduría humana, estaban fuera
de toda posibilidad.
El mundo antediluviano razonaba que las leyes de la naturaleza
habían sido estables durante muchos siglos. Las estaciones se habían
sucedido unas a otras en orden. Hasta entonces nunca había llovido;
la tierra había sido regada por una niebla o el rocío. Los ríos nunca
habían salido de sus cauces, sino que habían llevado sus aguas
libremente hacia el mar. Leyes fijas habían mantenido las aguas
dentro de sus límites naturales. Pero estos razonadores no reconocían
la mano del que había detenido las aguas diciendo: “Hasta aquí
vendrás, y no pasarás adelante.”
Job 38:11
.
A medida que transcurría el tiempo sin ningún cambio visible
en la naturaleza, los hombres cuyo corazón a veces había temblado
de temor comenzaron a tranquilizarse. Razonaron, como muchos
lo hacen hoy, que la naturaleza está por encima del Dios de la na-
turaleza, y que sus leyes están tan firmemente establecidas que el
mismo Dios no podría cambiarlas. Alegando que si el mensaje de
Noé fuese correcto, la naturaleza tendría que cambiar su curso, hi-
cieron que ese mensaje apareciera ante el mundo como un error,
como un gran engaño. Demostraron su desdén por la amonestación
de Dios haciendo exactamente las mismas cosas que habían hecho
antes de recibir la advertencia. Continuaron sus fiestas y glotonerías;
siguieron comiendo y bebiendo, plantando y edificando, haciendo
planes con referencia a beneficios que esperaban obtener en el futu-
ro; y se hundieron más profundamente en la impiedad y el obstinado
menosprecio de los requerimientos de Dios, para mostrar que no
temían al Ser infinito. Afirmaban que si fuese cierto lo que Noé
había dicho, los hombres de fama, los sabios, los prudentes y los
grandes lo habrían comprendido.
Si los antediluvianos hubiesen creído la advertencia y se hubie-
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sen arrepentido de sus obras impías, el Señor habría desistido de