Página 79 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El diluvio
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cataratas de los cielos fueron abiertas.”
Vers. 11
. El agua se veía
caer de las nubes cual enormes cataratas. Los ríos se salieron de
madre e inundaron los valles. Torrentes de aguas brotaban de la
tierra con fuerza indescriptible, arrojando al aire, a centenares de
pies
macizas rocas, que al caer se sepultaban profundamente en el
suelo.
La gente presenció primeramente la destrucción de las obras de
sus manos. Sus espléndidos edificios, sus bellos jardines y alamedas
donde habían colocado sus ídolos, fueron destruídos por los rayos,
y sus escombros fueron diseminados. Los altares donde habían
ofrecido sacrificios humanos fueron destruídos, y los adoradores
temblaron ante el poder del Dios viviente, y comprendieron que
había sido su corrupción e idolatría lo que había provocado su
destrucción.
A medida que la violencia de la tempestad aumentaba, árboles,
edificios, rocas y tierra eran lanzados en todas direcciones. El terror
de los hombres y los animales era indescriptible. Por encima del
rugido de la tempestad podían escucharse los lamentos de un pueblo
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que había despreciado la autoridad de Dios. El mismo Satanás, obli-
gado a permanecer en medio de los revueltos elementos, temió por
su propia existencia. Se había deleitado en dominar tan poderosa
raza, y deseaba que los hombres viviesen para que siguieran prac-
ticando sus abominaciones y rebelándose contra el Rey del cielo.
Ahora lanzaba maldiciones contra Dios, culpándolo de injusticia y
de crueldad. Muchos, como Satanás, blasfemaban contra Dios, y si
hubiesen podido, le habrían arrojado del trono de su poder. Otros,
locos de terror, extendían las manos hacia el arca, implorando que
les permitieran entrar. Pero sus súplicas fueron vanas. Su conciencia
despertó, por fin, y se convencieron de que hay en los cielos un Dios
que lo gobierna todo. Le invocaron con fervor, pero los oídos del
Creador no escuchaban sus súplicas.
En aquella terrible hora vieron que la transgresión de la ley de
Dios había ocasionado su ruina. Pero, si bien por temor al castigo
reconocían su pecado, no sentían verdadero arrepentimiento ni ver-
dadera repugnancia hacia el mal. Habrían vuelto a su desafío contra
el cielo, si se les hubiese librado del castigo. Así también cuando
Cada cien pies equivalen a 30,5 mts.