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Profetas y Reyes
a una buena tierra, una tierra que había preparado en su providencia
para que les sirviese de refugio que los protegiese de sus enemigos.
Quería atraerlos a sí, y rodearlos con sus brazos eternos; y en re-
conocimiento de su bondad y misericordia, debían ellos exaltar su
nombre y hacerlo glorioso en la tierra.
“Porque la parte de Jehová es su pueblo; Jacob la cuerda de
su heredad. Hallólo en tierra de desierto, y en desierto horrible y
yermo; trájolo alrededor, instruyólo, guardólo como la niña de su
ojo. Como el águila despierta su nidada, revolotea sobre sus pollos,
extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas: Jehová solo
le guió, que no hubo con él dios ajeno.”.
Deuteronomio 32:9-12
. De
este modo acercó a sí a los israelitas, para que morasen como a la
sombra del Altísimo. Milagrosamente protegidos de los peligros que
arrostraron en su peregrinación por el desierto, quedaron finalmente
establecidos en la tierra de promisión como nación favorecida.
Mediante una parábola, Isaías relató patéticamente cómo Dios
llamó y preparó a Israel para que sus hijos se destacasen en el mundo
como representantes de Jehová, fructíferos en toda buena obra:
“Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su vi-
ña. Tenía mi amado una viña en un recuesto, lugar fértil. Habíala
cercado, y despedregádola, y plantádola de vides escogidas: había
edificado en medio de ella una torre, y también asentado un lagar en
ella; y esperaba que llevase uvas.”.
Isaías 5:1, 2
.
Mediante la nación escogida, Dios había querido impartir bendi-
ciones a toda la humanidad. “La viña de Jehová de los ejércitos—
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declaró el profeta—es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta
suya deleitosa.”.
Isaías 5:7
.
A este pueblo fueron confiados los oráculos de Dios. Estaba
cercado por los preceptos de su ley, los principios eternos de la
verdad, la justicia y la pureza. La obediencia a estos principios debía
ser su protección, porque le impediría destruirse a sí mismo por
prácticas pecaminosas. Como torre del viñedo, Dios puso su santo
templo en medio de la tierra.
Cristo era su instructor. Como había estado con ellos en el de-
sierto, seguiría siendo su maestro y guía. En el tabernáculo y el
templo, su gloria moraba en la santa
shekina
sobre el propiciatorio.
El manifestaba constantemente en su favor las riquezas de su amor
y paciencia.