Página 141 - Profetas y Reyes (1957)

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Caída de la casa de Acab
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más confianza en sus ídolos que en el Dios del cielo. Asimismo le
deshonran hoy hombres y mujeres cuando se apartan del Manantial
de fuerza y sabiduría para pedir ayuda o consejo a las potestades de
las tinieblas. Si el acto de Ocozías provocó la ira de Dios, ¿cómo
considerará él a los que, teniendo aun más luz, deciden seguir una
conducta similar?
Los que se entregan al sortilegio de Satanás, pueden jactarse
de haber recibido grandes beneficios; pero ¿prueba esto que su
conducta fué sabia o segura? ¿Qué representaría el que la vida fuese
prolongada? ¿O que se obtuviesen ganancias temporales? ¿Puede
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haber al fin compensación por haber despreciado la voluntad de
Dios? Cualesquiera ganancias aparentes resultarían al fin en una
pérdida irreparable. No podemos quebrantar con impunidad una sola
barrera que Dios haya erigido para proteger a su pueblo del poder
de Satanás.
Como Ocozías no tenía hijo, le sucedió Joram, su hermano, quien
reinó sobre las diez tribus por doce años, durante los cuales vivía
todavía su madre, Jezabel, y continuó ejerciendo su mala influencia
sobre los asuntos de la nación. Muchos del pueblo seguían practi-
cando costumbres idólatras. Joram mismo “hizo lo malo en ojos de
Jehová, aunque no como su padre y su madre; porque quitó las esta-
tuas de Baal que su padre había hecho. Mas allegóse a los pecados
de Jeroboam, hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel; y no se apartó
de ellos.”
2 Reyes 3:2, 3
.
Fué mientras Joram reinaba sobre Israel cuando Josafat murió, y
el hijo de él, también llamado Joram, subió al trono del reino de Judá.
Por su casamiento con la hija de Acab y Jezabel, Joram de Judá se
vió estrechamente ligado con el rey de Israel; y durante su reinado
siguió en pos de Baal, “como hizo la casa de Achab.” “Demás de
esto hizo altos en los montes de Judá, e hizo que los moradores de
Jerusalem fornicasen, y a ello impelió a Judá.”
2 Crónicas 21:6, 11
.
No se dejó al rey de Judá continuar sin reprensión en su terrible
apostasía. El profeta Elías no había sido trasladado todavía, y no
pudo guardar silencio mientras el reino de Judá seguía por el mismo
camino que había llevado al reino septentrional al borde de la ruina.
El profeta envió a Joram de Judá una comunicación escrita en la
cual el rey impío leyó estas palabras pavorosas: