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Profetas y Reyes
esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y
la tierra enferma.” El manantial que en años anteriores había sido
puro y comunicaba vida, pues contribuía mucho a abastecer de agua
la ciudad y la región circundante, ya no podía usarse.
En respuesta a la súplica de los hombres de Jericó, Eliseo dijo:
“Traedme una botija nueva, y poned en ella sal.” Habiendo recibido
esto, salió “él a los manaderos de las aguas, echó dentro la sal, y
dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en
ellas muerte ni enfermedad.”
2 Reyes 2:19-21
.
La purificación de las aguas de Jericó se realizó, no por sabiduría
humana, sino por la intervención milagrosa de Dios. Los que habían
reedificado la ciudad no merecían el favor del Cielo; y sin embargo
el que “hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre
justos e injustos” (
Mateo 5:45
) consideró propio revelar en este caso,
mediante ese acto de compasión, su buena disposición para curar a
Israel de sus enfermedades espirituales.
La purificación fué permanente; “y fueron sanas las aguas hasta
hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo.”
2 Reyes 2:22
. Siglo
tras siglo las aguas han seguido fluyendo para hacer de esa parte del
valle un bello oasis.
Muchas son las lecciones espirituales que se desprenden de este
relato de la purificación de las aguas. La botija nueva, la sal, el
manantial, todas estas cosas de las cuales nos habla son altamente
simbólicas.
Al arrojar sal en el manantial amargo, Eliseo enseñó la lección
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espiritual que fué impartida siglos más tarde por el Salvador a sus
discípulos cuando declaró: “Vosotros sois la sal de la tierra.”
Mateo
5:13
. Al mezclarse la sal con las aguas contaminadas del manantial
las purificó, y puso vida y bendición donde antes había habido
maldición y muerte. Cuando Dios compara sus hijos con la sal,
quiere enseñarles que su propósito al hacerlos súbditos de su gracia
es que lleguen a ser agentes para salvar a otros. El fin que perseguía
Dios al escoger un pueblo delante de todo el mundo no era tan sólo
adoptarlo como sus hijos y sus hijas, sino para que por su medio el
mundo pudiese recibir la gracia que imparte salvación. Cuando el
Señor eligió a Abrahán, no fué simplemente para que fuese su amigo
especial, sino que había de transmitir los privilegios especiales que
el Señor deseaba otorgar a las naciones.