Página 155 - Profetas y Reyes (1957)

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La purificación de las aguas
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El mundo necesita ver evidencias de cristianismo sincero. El
veneno del pecado está obrando en el corazón de la sociedad. Ciuda-
des y pueblos están sumidos en el pecado y la corrupción moral. El
mundo rebosa de enfermedades, sufrimientos e iniquidad. Cerca y
lejos hay almas en pobreza y angustia, agobiadas por un sentimiento
de culpabilidad, que perecen por falta de una influencia salvadora.
El Evangelio de verdad les es presentado, y sin embargo perecen,
debido a que el ejemplo de aquellos que debieran ser un sabor de
vida es un sabor de muerte. Sus almas beben amargura, porque las
fuentes están envenenadas cuando debieran ser como un pozo de
agua que brotase para vida eterna.
La sal debe mezclarse con la substancia a la cual se añade;
debe compenetrarla para conservarla. Así también es por el trato
personal cómo los hombres son alcanzados por el poder salvador del
Evangelio. No se salvan como muchedumbres, sino individualmente.
La influencia personal es un poder. Debe obrar con la influencia de
Cristo, elevar donde Cristo eleva, impartir los principios correctos
y detener el progreso de la corrupción del mundo. Debe difundir la
gracia que únicamente Cristo puede impartir. Debe elevar y endulzar
la vida y el carácter de los demás por el poder de un ejemplo puro
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unido con una fe y un amor fervientes.
Acerca del manantial hasta entonces contaminado que había en
Jericó, el Señor declaró: “Yo sané estas aguas, y no habrá más en
ellas muerte ni enfermedad.” El arroyo contaminado representa el
alma que está separada de Dios. El pecado no solamente nos separa
de Dios, sino que destruye en el alma humana tanto el deseo como la
capacidad de conocerle. Por medio del pecado, queda desordenado
todo el organismo humano, la mente se pervierte, la imaginación se
corrompe; las facultades del alma se degradan. Hay en el corazón
ausencia de religión pura y santidad. El poder convertidor de Dios
no obró para transformar el carácter. El alma queda débil, y por falta
de fuerza moral para vencer, se contamina y se degrada.
Para el corazón que llega a purificarse, todo cambia. La trans-
formación del carácter es para el mundo el testimonio de que Cristo
mora en el creyente. Al sujetar los pensamientos y deseos a la volun-
tad de Cristo, el Espíritu de Dios produce nueva vida en el hombre y
el hombre interior queda renovado a la imagen de Dios. Hombres
y mujeres débiles y errantes demuestran al mundo que el poder re-