Página 158 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
que manifiestan hacia los jóvenes los padres y tutores, es uno de los
peores males que les puedan acontecer. En toda familia, la firmeza y
la decisión son requerimientos positivos esenciales.
La reverencia, de la cual carecían los jóvenes que se burlaron de
Eliseo, es una gracia que debe cultivarse con cuidado. A todo niño se
le debe enseñar a manifestar verdadera reverencia hacia Dios. Nunca
debe pronunciarse su nombre con liviandad o irreflexivamente. Los
ángeles se velan el rostro cuando lo pronuncian. ¡Con qué reverencia
debiéramos emitirlo con nuestros labios, nosotros que somos seres
caídos y pecaminosos!
Debe manifestarse reverencia hacia los representantes de Dios:
los ministros, maestros y padres que son llamados a hablar y actuar
en su lugar. El respeto que se les demuestre honra a Dios.
También la cortesía es una de las gracias del Espíritu, y debe
ser cultivada por todos. Tiene el poder de subyugar las naturalezas
que sin ella se endurecerían. Los que profesan seguir a Cristo, y son
al mismo tiempo toscos, duros y descorteses, no han aprendido de
Jesús. Tal vez no se pueda dudar de su sinceridad ni de su integridad;
pero la sinceridad e integridad no expiarán la falta de bondad y
cortesía.
El espíritu bondadoso que permitió a Eliseo ejercer una influen-
cia poderosa sobre la vida de muchos en Israel queda revelado en
la historia de sus relaciones amistosas con una familia que moraba
en Sunem. Mientras viajaba de un lado a otro del reino, “aconteció
también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer
principal, la cual le constriñó a que comiese del pan: y cuando por
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allí pasaba, veníase a su casa a comer del pan.” La dueña de la casa
percibió que Eliseo era “varón de Dios santo,” y dijo a su esposo:
“Yo te ruego que hagas una pequeña cámara de paredes, y pongamos
en ella cama, y mesa, y silla, y candelero, para que cuando viniere
a nosotros, se recoja en ella.” Eliseo acudía a menudo a este retiro,
agradecido por la tranquila paz que le ofrecía. Y Dios no pasó por
alto la bondad de la mujer. No había niños en su hogar; y el Señor
recompensó su hospitalidad con el don de un hijo.
Transcurrieron los años, y el niño llegó a tener bastante edad
para salir al campo con los segadores. Un día fué derribado por el
calor “y dijo a su padre: ¡Mi cabeza, mi cabeza!” El padre ordenó
a uno de los criados que llevase el niño a su madre. “Y habiéndole