Página 182 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
ninivitas de antaño. Los embajadores de Cristo han de señalar a
los hombres el mundo más noble, que se ha perdido mayormente
de vista. Según la enseñanza de las Sagradas Escrituras, la única
ciudad que subsistirá es aquella cuyo artífice y constructor es Dios.
Con el ojo de la fe, el hombre puede contemplar el umbral del cielo,
inundado por la gloria del Dios viviente. Mediante sus siervos el
Señor Jesús invita a los hombres a luchar con ambición santificada
para obtener la herencia inmortal. Les insta a hacerse tesoros junto
al trono de Dios.
Con rapidez y seguridad se está acumulando una culpabilidad
casi universal sobre los habitantes de las ciudades, por causa del
constante aumento de la resuelta impiedad. La corrupción que preva-
lece supera la capacidad descriptiva de la pluma humana. Cada día
nos comunica nuevas revelaciones de las contiendas, los cohechos
y los fraudes; cada día nos trae aflictivas noticias de violencias e
iniquidades, de la indiferencia hacia el sufrimiento humano, de una
destrucción de vidas realmente brutal e infernal. Cada día atestigua
el aumento de la locura, los homicidios y los suicidios.
De un siglo a otro, Satanás procuró mantener a los hombres en
la ignorancia de los designios benéficos de Jehová. Procuró impedir
que viesen las cosas grandes de la ley de Dios: los principios de
justicia, misericordia y amor que en ella se presentan. Los hombres
se jactan de su maravilloso progreso y de la iluminación que reina en
nuestra época; pero Dios ve la tierra llena de iniquidad y violencia.
Los hombres declaran que la ley de Dios ha sido abrogada, que
la Biblia no es auténtica; y como resultado arrasa al mundo una
marea de maldad como nunca ha habido desde los días de Noé y
del apóstata Israel. La nobleza del alma, la amabilidad y la piedad
se sacrifican para satisfacer las codicias de cosas prohibidas. Los
negros anales de los crímenes cometidos por amor a la ganancia
bastan para helar la sangre y llenar el alma de horror.
Nuestro Dios es un Dios de misericordia. Trata a los transgreso-
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res de su ley con longanimidad y tierna compasión. Sin embargo, en
esta época nuestra, cuando hombres y mujeres tienen tanta oportuni-
dad de familiarizarse con la ley divina según se revela en la Sagrada
Escritura, el gran Príncipe del universo no puede contemplar con
satisfacción las ciudades impías, donde reinan la violencia y el cri-