Página 183 - Profetas y Reyes (1957)

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Nínive, ciudad sobremanera grande
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men. Se está acercando rápidamente el momento en que acabará la
tolerancia de Dios hacia aquellos que persisten en la desobediencia.
¿Debieran los hombres sorprenderse si se produce un cambio
repentino inesperado en el trato del Gobernante supremo con los
habitantes de un mundo caído? ¿Debieran sorprenderse cuando
el castigo sigue a la transgresión y al aumento de los crímenes?
¿Debieran sorprenderse de que Dios imponga destrucción y muerte a
aquellos cuyas ganancias ilícitas fueron obtenidas por el engaño y el
fraude? A pesar de que a medida que avanzaban les era posible saber
más acerca de los requerimientos de Dios, muchos se han negado a
reconocer el gobierno de Jehová, y han preferido permanecer bajo
la negra bandera del iniciador de toda rebelión contra el gobierno
del cielo.
La tolerancia de Dios ha sido muy grande, tan grande que cuando
consideramos el continuo desprecio manifestado hacia sus santos
mandamientos, nos asombramos. El Omnipotente ha ejercido un
poder restrictivo sobre sus propios atributos. Pero se levantará cier-
tamente para castigar a los impíos, que con tanta audacia desafían
las justas exigencias del Decálogo.
Dios concede a los hombres un tiempo de gracia; pero existe
un punto más allá del cual se agota la paciencia divina y se han
de manifestar con seguridad los juicios de Dios. El Señor soporta
durante mucho tiempo a los hombres y las ciudades, enviando mi-
sericordiosamente amonestaciones para salvarlos de la ira divina;
pero llegará el momento en que ya no se oirán las súplicas de mise-
ricordia, y el elemento rebelde que continúe rechazando la luz de la
verdad quedará raído, por efecto de la misericordia hacia él mismo
y hacia aquellos que podrían, si no fuese así, sentir la influencia de
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su ejemplo.
Está muy cerca el momento en que habrá en el mundo una tris-
teza que ningún bálsamo humano podrá disipar. Se está retirando
el Espíritu de Dios. Se siguen unos a otros en rápida sucesión los
desastres por mar y tierra. ¡Con cuánta frecuencia oímos hablar de
terremotos y ciclones, así como de la destrucción producida por
incendios e inundaciones, con gran pérdida de vidas y propiedades!
Aparentemente estas calamidades son estallidos caprichosos de las
fuerzas desorganizadas y desordenadas de la naturaleza, completa-
mente fuera del dorninio humano; pero en todas ellas puede leerse