Página 219 - Profetas y Reyes (1957)

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Ezequías
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que Dios obrase poderosamente por medio de sus representantes
escogidos.
Ezequías solicitó directamente a los sacerdotes que se uniesen
con él para realizar las reformas necesarias. Los exhortó: “Hijos
míos, no os engañéis ahora, porque Jehová os ha escogido a vosotros
para que estéis delante de él, y le sirváis, y seáis sus ministros, y
le queméis perfume.” “Santificaos ahora, y santificaréis la casa de
Jehová el Dios de vuestros padres.”
Vers. 11, 5
.
Era un tiempo en el cual había que obrar prestamente. Los sacer-
dotes comenzaron en seguida. Solicitaron la cooperación de otros
miembros de sus filas que no habían estado presentes durante esa
conferencia e iniciaron de todo corazón la obra de limpiar y santifi-
car el templo. Debido a los años de profanación y negligencia, esto
fué acompañado de muchas dificultades; pero los sacerdotes y los
levitas trabajaron incansablemente, y en un tiempo notablemente
corto pudieron comunicar que su tarea había terminado. Las puertas
del templo habían sido reparadas y estaban abiertas; los vasos sa-
grados habían sido reunidos y puestos en sus lugares; y todo estaba
listo para restablecer los servicios del santuario.
En el primer servicio que se celebró, los gobernantes de la ciudad
se unieron al rey Ezequías y a los sacerdotes y levitas para pedir
perdón por los pecados de la nación. Se pusieron sobre el altar
ofrendas por el pecado, “para reconciliar a todo Israel.” “Y como
acabaron de ofrecer, inclinóse el rey, y todos los que con él estaban,
y adoraron.” Nuevamente repercutieron en los atrios del templo las
palabras de alabanza y oración. Se cantaban con gozo los himnos
de David y de Asaf, mientras los adoradores reconocían que se los
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estaba librando de la servidumbre del pecado y la apostasía. “Y
alegróse Ezechías, y todo el pueblo, de que Dios hubiese preparado
el pueblo; porque la cosa fué prestamente hecha.”
Vers. 24, 29, 36
.
Dios había preparado en verdad el corazón de los hombres prin-
cipales de Judá para que encabezaran un decidido movimiento de
reforma, a fin de detener la marea de la apostasía. Por medio de sus
profetas, había enviado a su pueblo escogido mensaje tras mensaje
de súplica ferviente, mensajes que habían sido despreciados y re-
chazados por las diez tribus del reino de Israel, ahora entregadas al
enemigo. Pero en Judá quedaba un buen remanente, y a este residuo
continuaron dirigiendo sus súplicas los profetas. Oigamos a Isaías