Página 263 - Profetas y Reyes (1957)

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El libro de la ley
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Por intermedio de Hulda el Señor avisó a Josías de que la ruina
de Jerusalén no se podía evitar. Aun cuando el pueblo se humillase
delante de Dios, no escaparía a su castigo. Sus sentidos habían
estado amortiguados durante tanto tiempo por el mal hacer, que si el
juicio no caía sobre ellos, no tardarían en volver a la misma conducta
pecaminosa. Declaró la profetisa: “Así ha dicho Jehová el Dios de
Israel: Decid al varón que os envió a mí: Así dijo Jehová: He aquí
yo traigo mal sobre este lugar, y sobre los que en él moran, a saber,
todas las palabras del libro que ha leído el rey de Judá. Por cuanto me
dejaron a mí, y quemaron perfumes a dioses ajenos, provocándome
a ira en toda obra de sus manos; y mi furor se ha encendido contra
este lugar, y no se apagará.”
Vers. 15-17
.
Pero debido a que el rey había humillado su corazón delante
de Dios, el Señor reconocería su presteza y disposición a pedir
perdón y misericordia. Se le mandó este mensaje: “Y tu corazón se
enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que
yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que
vendrían a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste
en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, he
aquí yo te recogeré con tus padres, y tú serás recogido a tu sepulcro
en paz, y no verán tus ojos todo el mal que yo traigo sobre este
lugar.”
Vers. 19, 20
.
El rey debía confiar a Dios los acontecimientos futuros; no podía
alterar los eternos decretos de Jehová. Pero al anunciar los castigos
retributivos del Cielo, el Señor no retiraba la oportunidad de arre-
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pentirse y reformarse; y Josías, discerniendo en esto que Dios tenía
buena voluntad para atemperar sus juicios con misericordia, resolvió
hacer cuanto estuviese en su poder para realizar reformas decididas.
Mandó llamar inmediatamente una gran convocación, a la cual invitó
a los ancianos y magistrados de Jerusalén y Judá, juntamente con el
pueblo común. Estos, con los sacerdotes y levitas, se encontraron
con el rey en el atrio del templo.
A esta vasta asamblea el rey mismo leyó “todas las palabras
del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová.”
2 Reyes 23:2
. El lector real estaba profundamente afectado, y dió
su mensaje con la emoción patética de un corazón quebrantado.
Sus oyentes quedaron profundamente conmovidos. La intensidad
de los sentimientos revelados en el rostro del rey, la solemnidad del