Página 270 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
importante que era santificar el sábado. Los habitantes de Jerusalén
estaban en peligro de olvidar la santidad del sábado, y los amonestó
solemnemente contra la costumbre de seguir con sus ocupaciones
seculares en ese día. Les prometió una bendición a condición de
que obedecieran. El Señor declaró: “Será empero, si vosotros me
obedeciereis, dice Jehová, no metiendo carga por las puertas de esta
ciudad en el día del sábado, sino que santificareis el día del sábado,
no haciendo en él ninguna obra; que entrarán por las puertas de
esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se
sientan sobre el trono de David, ellos y sus príncipes, los varones
de Judá, y los moradores de Jerusalem: y esta ciudad será habitada
para siempre.”
Jeremías 17:24, 25
.
Esta promesa de prosperidad como recompensa de la fidelidad
iba acompañada por una profecía de los terribles castigos que caerían
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sobre la ciudad si sus habitantes eran desleales a Dios y a su ley.
Si las amonestaciones a obedecer al Señor Dios de sus padres y a
santificar sus sábados no eran escuchadas, la ciudad y sus palacios
quedarían completamente destruídos por el fuego.
Así defendió el profeta firmemente los sanos principios de la
vida justa tan claramente bosquejados en el libro de la ley. Pero
las condiciones que prevalecían en la tierra de Judá eran tales que
únicamente merced a las medidas más decididas podía producirse
una mejoría; por lo tanto trabajó con el mayor fervor por los im-
penitentes. Rogaba: “Haced barbecho para vosotros, y no sembréis
sobre espinas.” “Lava de la malicia tu corazón, oh Jerusalem, para
que seas salva.”
Jeremías 4:3, 14
.
Pero la gran mayoría del pueblo no escuchó el llamamiento al
arrepentimiento y a la reforma. Desde la muerte del buen rey Josías,
los que gobernaban la nación habían sido infieles a su cometido,
y habían estado extraviando a muchos. Joacaz, depuesto por la in-
tervención del rey de Egipto, había sido seguido por Joaquim, hijo
mayor de Josías. Desde el principio del reinado de Joaquim, Jere-
mías había tenido poca esperanza de salvar a su tierra amada de la
destrucción y al pueblo del cautiverio. Sin embargo, no se le permi-
tió callar mientras la ruina completa amenazaba al reino. Los que
habían permanecido leales a Dios debían ser alentados a perseverar
en el bien hacer, y si era posible los pecadores debían ser inducidos
a apartarse de la iniquidad.