Página 283 - Profetas y Reyes (1957)

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La condenación inminente
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escarnio, y por silbo, y en soledades perpetuas. Y haré que perezca
de entre ellos voz de gozo y voz de alegría, voz de desposado y voz
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de desposada, ruido de muelas, y luz de lámpara. Y toda esta tierra
será puesta en soledad, en espanto; y servirán estas gentes al rey de
Babilonia setenta años.”
Vers. 8-11
.
Aunque la sentencia condenatoria había sido enunciada clara-
mente, era difícil que las multitudes que la oían pudiesen comprender
todo lo que significaba. A fin de que pudiesen hacerse impresiones
más profundas, el Señor procuró ilustrar el significado de las pala-
bras expresadas. Ordenó a Jeremías que comparase la suerte de la
nación con el agotamiento de una copa llena del vino de la ira divina.
Entre los primeros que habían de beber de esta copa de desgracia se
contaban “a Jerusalem, a las ciudades de Judá, y a sus reyes.” Les
tocaría también a estos otros beber la misma copa: “a Faraón rey
de Egipto, y a sus siervos, y a sus príncipes, y a todo su pueblo,” y
muchas otras naciones de la tierra, hasta que el propósito de Dios se
hubiese cumplido. (Véase Jer. 25.)
Para ilustrar aun mejor la naturaleza de los juicios que se acerca-
ban prestamente, se ordenó al profeta: “Lleva contigo de los ancianos
del pueblo, y de los ancianos de los sacerdotes; y saldrás al valle
del hijo de Hinnom.” Y allí, después de reseñar la apostasía de Judá,
debía hacer añicos “una vasija de barro de alfarero” y declarar en
nombre de Jehová, cuyo siervo era: “Así quebrantaré a este pueblo y
a esta ciudad, como quien quiebra un vaso de barro, que no puede
más restaurarse.”
El profeta hizo lo que se le había ordenado. Luego, volviendo a
la ciudad, se puso de pie en el atrio del templo, y declaró a oídos de
todo el pueblo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel:
He aquí yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus villas todo el
mal que hablé contra ella: porque han endurecido su cerviz, para no
oir mis palabras.” Véase
Jeremías 19
.
En vez de inducirlos a la confesión y al arrepentimiento, las
palabras del profeta despertaron ira en los que ejercían autoridad, y
en consecuencia Jeremías fué privado de la libertad. Encarcelado y
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puesto en el cepo, el profeta continuó sin embargo comunicando los
mensajes del Cielo a los que estaban cerca de él. Su voz no podía ser
acallada por la persecución. Declaró acerca de la palabra de verdad: