Página 285 - Profetas y Reyes (1957)

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La condenación inminente
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Apenas se hubo leído una pequeña porción cuando el rey, en vez
de temblar por el peligro que le amenazaba a él y a su pueblo, se
apoderó del rollo, y con ira frenética “rasgólo con un cuchillo de
escribanía, y echólo en el fuego que había en el brasero, hasta que
todo el rollo se consumió.”
Vers. 23
.
Ni el rey ni sus príncipes sintieron temor, “ni rasgaron sus vesti-
dos.” A pesar de que algunos de los príncipes “rogaron al rey que
no quemase aquel rollo, no los quiso oír.” Habiendo destruido la
escritura, la ira del rey impío se despertó contra Jeremías y Baruc, y
dió inmediatamente órdenes para que los prendiesen; “mas Jehová
los escondió.”
Vers. 24-26
.
Al hacer conocer a los que adoraban en el templo, así como a los
príncipes y al rey, las amonestaciones escritas en el rollo inspirado,
Dios procuraba misericordiosamente amonestar a los hombres de
Judá para su propio bien. “Quizá oirá la casa de Judá—dijo—todo el
mal que yo pienso hacerles, para volverse cada uno de su mal camino,
y yo perdonaré su maldad y su pecado.”
Vers. 3
. Dios se compadece
de los hombres que luchan en la ceguera de la perversidad; procura
iluminar su entendimiento entenebrecido dándoles reprensiones y
amenazas destinadas a inducir a los más encumbrados a sentir su
ignorancia y deplorar sus errores. Se esfuerza por ayudar a los que se
complacen en sí mismos para que, sintiéndose descontentos de sus
vanas realizaciones, procuren la bendición espiritual en una estrecha
relación con el cielo.
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No es el plan de Dios enviar mensajeros que agraden o halaguen
a los pecadores; no comunica mensajes de paz para arrullar en la
seguridad carnal a los que no se santifican. Antes impone cargas
pesadas a la conciencia del que hace el mal, y atraviesa su alma con
agudas saetas de convicción. Los ángeles ministradores le presentan
los temibles juicios de Dios, para ahondar su sentido de necesidad,
y para inducirle a clamar: “¿Qué es menester que yo haga para ser
salvo?”
Hechos 16:30
. Pero la Mano que humilla hasta el polvo,
reprende el pecado y avergüenza el orgullo y la ambición, es la Mano
que eleva al penitente y contrito. Con la más profunda simpatía, el
que permite que caiga el castigo, pregunta: “¿Qué quieres que se te
haga?”
Cuando el hombre ha pecado contra un Dios santo y misericor-
dioso, no puede seguir una conducta más noble que la que consiste