Página 306 - Profetas y Reyes (1957)

Basic HTML Version

302
Profetas y Reyes
varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus
ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios,
y cuiden de poner por obra todas las palabras de esta ley: y los hijos
de ellos que no supieron oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro
Dios todos los días que viviereis sobre la tierra, para ir a la cual
pasáis el Jordán para poseerla.”
Deuteronomio 31:12, 13
.
Si este consejo se hubiese puesto en práctica a través de los siglos
que siguieron, ¡cuán diferente habría sido la historia de Israel! Sólo
podía esperar que realizaría el propósito divino si conservaba en su
corazón reverencia por la santa palabra de Dios. Fué el aprecio por
la ley de Dios lo que dió a Israel fuerza durante el reinado de David y
los primeros años del de Salomón; fué por la fe en la palabra viviente
cómo se hicieron reformas en los tiempos de Elías y de Josías. Y a
esas mismas Escrituras de verdad, la herencia más preciosa de Israel,
apelaba Jeremías en sus esfuerzos de reforma. Dondequiera que
ejerciera su ministerio, dirigía a la gente la ferviente súplica: “Oid
las palabras de este pacto” (
Jeremías 11:2
), palabras que les hacían
comprender plenamente el propósito que tenía Dios de extender a
todas las naciones un conocimiento de la verdad salvadora.
Durante los años finales de la apostasía de Judá, las exhortacio-
nes de los profetas parecían tener poco efecto; y cuando los ejércitos
de los caldeos vinieron por tercera y última vez para sitiar a Jerusa-
lén, la esperanza abandonó todo corazón. Jeremías predijo la ruina
completa; y porque insistía en la rendición se le arrojó finalmente
a la cárcel. Pero Dios no abandonó a la desesperación completa al
fiel residuo que quedaba en la ciudad. Aun mientras los que despre-
ciaban sus mensajes le vigilaban estrechamente, Jeremías recibió
[344]
nuevas revelaciones concernientes a la voluntad del Cielo para per-
donar y salvar, y ellas han sido desde aquellos tiempos hasta los
nuestros una fuente inagotable de consuelo para la iglesia de Dios.
Confiando firmemente en las promesas de Dios, Jeremías, por
medio de una parábola en acción, ilustró delante de los habitantes
de la ciudad condenada su fe inquebrantable en el cumplimiento
final del propósito de Dios hacia su pueblo. En presencia de testigos,
y observando cuidadosamente todas las formas legales necesarias,
compró por diecisiete siclos de plata un campo ancestral situado en
el pueblo cercano de Anatot.