Página 324 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
El primer acto de Daniel fué agradecer a Dios la revelación que
le había dado. Exclamó: “Sea bendito el nombre de Dios de siglo
hasta siglo: porque suya es la sabiduría y la fortaleza: y él es el que
muda los tiempos y las oportunidades: quita reyes, y pone reyes: da
la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos: él revela lo
profundo y lo escondido: conoce lo que está en tinieblas, y la luz
mora con él. A ti, oh Dios de mis padres, confieso y te alabo, que me
diste sabiduría y fortaleza, y ahora me enseñaste lo que te pedimos;
pues nos has enseñado el negocio del rey.”
Presentándose inmediatamente a Arioc, a quien el rey había
ordenado que destruyese los sabios, Daniel dijo: “No mates a los
sabios de Babilonia: llévame delante del rey, que yo mostraré al rey
la declaración.” Prestamente, el oficial llevó a Daniel a la presencia
del rey diciendo: “Un varón de los trasportados de Judá he hallado,
el cual declarará al rey la interpretación.”
He aquí al cautivo judío, sereno y dueño de sí mismo, en pre-
sencia del monarca del más poderoso imperio del mundo. En sus
primeras palabras, rehusa aceptar los honores para sí, y ensalza a
Dios como la fuente de toda sabiduría. A la ansiosa pregunta del rey:
“¿Podrás tú hacerme entender el sueño que vi, y su declaración?”
contestó: “El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos,
ni magos, ni adivinos lo pueden enseñar al rey. Mas hay un Dios
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en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey
Nabucodonosor lo que ha de acontecer a cabo de días.
“Tu sueño—declaró Daniel—y las visiones de tu cabeza sobre tu
cama, es esto: Tú, oh rey, en tu cama subieron tus pensamientos por
saber lo que había de ser en lo por venir; y el que revela los misterios
te mostró lo que ha de ser. Y a mí ha sido revelado este misterio, no
por sabiduría que en mí haya más que en todos los vivientes, sino
para que yo notifique al rey la declaración, y que entendieses los
pensamientos de tu corazón.
“Tú, oh rey, veías, y he aquí una grande imagen. Esta imagen,
que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie
delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen
era de fino oro; sus pechos y sus brazos, de plata; su vientre y sus
muslos, de metal; sus piernas de hierro; sus pies, en parte de hierro,
y en parte de barro cocido.