Página 332 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
poder para librarlos. Todos comprendían que el acto de postrarse
ante la imagen era un acto de culto. Y sólo a Dios podían ellos rendir
un homenaje tal.
Mientras los tres hebreos estaban delante del rey, él se convenció
de que poseían algo que no tenían los otros sabios de su reino.
Habían sido fieles en el cumplimiento de todos sus deberes. Les
daría otra oportunidad. Si tan sólo indicaban buena disposición a
unirse con la multitud para adorar la imagen, les iría bien; pero “si no
la adorareis—añadió,—en la misma hora seréis echados en medio
de un horno de fuego ardiendo.” Y con la mano extendida hacia
arriba en son de desafío, preguntó: “¿Qué dios será aquel que os
libre de mis manos?”
Vanas fueron las amenazas del rey. No podía desviar a esos
hombres de su fidelidad al Príncipe del universo. De la historia de
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sus padres habían aprendido que la desobediencia a Dios resulta en
deshonor, desastre y muerte; y que el temor de Jehová es el princi-
pio de la sabiduría, el fundamento de toda prosperidad verdadera.
Mirando con calma el horno, dijeron: “No cuidamos de responderte
sobre este negocio. He aquí nuestro Dios a quien honramos, puede
librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos
librará.” Su fe quedó fortalecida cuando declararon que Dios sería
glorificado libertándolos, y con una seguridad triunfante basada en
una fe implícita en Dios, añadieron: “Y si no, sepas, oh rey, que
tu dios no adoraremos, ni tampoco honraremos la estatua que has
levantado.”
La ira del rey no conoció límites. “Lleno de ira, ... demudóse la
figura de su rostro sobre Sadrach, Mesach, y Abednego,” represen-
tantes de una raza despreciada y cautiva. Ordenando que se calentase
el horno siete veces más que de costumbre, mandó a hombres fuertes
de su ejército que atasen a los adoradores del Dios de Israel para
ejecutarlos sumariamente.
“Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, y sus
calzas, y sus turbantes, y sus vestidos, y fueron echados dentro del
horno de fuego ardiendo. Y porque la palabra del rey daba priesa, y
había procurado que se encendiese mucho, la llama del fuego mató
a aquellos que habían alzado a Sadrach, Mesach, y Abed-nego.”
Pero el Señor no olvidó a los suyos. Cuando sus testigos fueron
arrojados al horno, el Salvador se les reveló en persona, y juntos