Página 333 - Profetas y Reyes (1957)

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El horno de fuego
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anduvieron en medio del fuego. En la presencia del Señor del calor
y del frío, las llamas perdieron su poder de consumirlos.
Desde su solio real, el rey miraba esperando ver completamente
destruidos a los hombres que le habían desafiado. Pero sus sen-
timientos de triunfo cambiaron repentinamente. Los nobles que
estaban cerca vieron que su rostro palidecía mientras se levantaba
del trono y miraba intensamente hacia las llamas resplandecientes.
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Con alarma, el rey, volviéndose hacia sus señores, preguntó: “¿No
echaron tres varones atados dentro del fuego? ... He aquí que yo veo
cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego, y ningún
daño hay en ellos: y el parecer del cuarto es semejante a hijo de los
dioses.”
¿Cómo sabía el rey qué aspecto tendría el Hijo de Dios? En
su vida y carácter, los cautivos hebreos que ocupaban puestos de
confianza en Babilonia habían representado la verdad delante de él.
Cuando se les pidió una razón de su fe, la habían dado sin vacila-
ción. Con claridad y sencillez habían presentado los principios de la
justicia, enseñando así a aquellos que los rodeaban acerca del Dios
al cual adoraban. Les habían hablado de Cristo, el Redentor que iba
a venir; y en la cuarta persona que andaba en medio del fuego, el rey
reconoció al Hijo de Dios.
Y ahora, olvidándose de su propia grandeza y dignidad, Nabuco-
donosor descendió de su trono, y yendo a la boca del horno clamó:
“Sadrach, Mesach, y Abed-nego, siervos del alto Dios, salid y venid.”
Entonces Sadrach, Mesach y Abed-nego salieron delante de la
vasta muchedumbre, y se los vió ilesos. La presencia de su Salvador
los había guardado de todo daño, y sólo se habían quemado sus
ligaduras. “Y juntáronse los grandes, los gobernadores, los capitanes,
y los del consejo del rey, para mirar estos varones, como el fuego no
se enseñoreó de sus cuerpos, ni cabello de sus cabezas fué quemado,
ni sus ropas se mudaron, ni olor de fuego había pasado por ellos.”
Olvidada quedó la gran imagen de oro, levantada con tanta pom-
pa. En la presencia del Dios viviente, los hombres temieron y tem-
blaron. El rey humillado se vió obligado a reconocer: “Bendito el
Dios de ellos, de Sadrach, Mesach, y Abed-nego, que envió su ángel,
y libró sus siervos que esperaron en él, y el mandamiento del rey
mudaron, y entregaron sus cuerpos antes que sirviesen ni adorasen
otro dios que su Dios.”
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