Página 340 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
bueyes te apacentarán: y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que
conozcas que el Altísimo se enseñorea en el reino de los hombres, y
a quien él quisiere lo da.”
En un momento le fué quitada la razón que Dios le había dado;
el juicio que el rey consideraba perfecto, la sabiduría de la cual se
enorgullecía, desaparecieron y se vió que el que antes era gobernante
poderoso estaba loco. Su mano ya no podía empuñar el cetro. Los
mensajes de advertencia habían sido despreciados; y ahora, despoja-
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do del poder que su Creador le había dado, y ahuyentado de entre
los hombres, Nabucodonosor “comía hierba como los bueyes, y su
cuerpo se bañaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció
como de águila, y sus uñas como de aves.”
Durante siete años, Nabucodonosor fué el asombro de todos sus
súbditos; durante siete años fué humillado delante de todo el mundo.
Al cabo de ese tiempo, la razón le fué devuelta, y mirando con humil-
dad hacia el Dios del cielo, reconoció en su castigo la intervención
de la mano divina. En una proclamación pública, confesó su culpa,
y la gran misericordia de Dios al devolverle la razón. Dijo: “Mas al
fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi sentido
me fué vuelto; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive
para siempre; porque su señorío es sempiterno, y su reino por todas
las edades. Y todos los moradores de la tierra por nada son contados:
y en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según
su voluntad: ni hay quien estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces?
“En el mismo tiempo mi sentido me fué vuelto, y la majestad de
mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gober-
nadores y mis grandes me buscaron; y fuí restituído a mi reino, y
mayor grandeza me fué añadida.”
El que fuera una vez un orgulloso monarca había llegado a ser
humilde hijo de Dios; el gobernante tiránico e intolerante, era un
rey sabio y compasivo. El que había desafiado al Dios del cielo y
blasfemado contra él, reconocía ahora el poder del Altísimo, y pro-
curaba fervorosamente promover el temor de Jehová y la felicidad
de sus súbditos. Bajo la reprensión de Aquel que es Rey de reyes y
Señor de señores, Nabucodonosor había aprendido por fin la lección
que necesitan aprender todos los gobernantes, a saber que la verda-
dera grandeza consiste en ser verdaderamente buenos. Reconoció a
Jehová como el Dios viviente, diciendo: “Ahora yo Nabucodonosor