Capítulo 43—El vigía invisible
Este capítulo está basado en Daniel 5.
Hacia el fin de la vida de Daniel, se estaban produciendo grandes
cambios en la tierra a la cual, más de sesenta años antes, él y sus
compañeros hebreos habían sido llevados cautivos. Nabucodonosor
había muerto, y Babilonia, antes “alabada por toda la tierra,” había
pasado a ser gobernada por sus sucesores imprudentes; y el resultado
era una disolución gradual pero segura.
Debido a la insensatez y debilidad de Belsasar, nieto de Nabu-
codonosor, la orgullosa Babilonia iba a caer pronto. Admitido en
su juventud a compartir la autoridad real, Belsasar se gloriaba en
su poder, y ensalzó su corazón contra el Dios del cielo. Muchas
habían sido sus oportunidades para conocer la voluntad divina, y
para comprender que era su responsabilidad prestarle obediencia.
Sabía que, por decreto divino, su abuelo había sido desterrado de
la sociedad de los hombres; y sabía también de su conversión y
curación milagrosa. Pero Belsasar dejó que el amor por los placeres
y la glorificación propia borrasen las lecciones que nunca debiera
haber olvidado. Malgastó las oportunidades que se le habían con-
cedido misericordiosamente, y no aprovechó los medios que tenía
a su alcance para conocer mejor la verdad. Lo que Nabucodono-
sor había adquirido finalmente a costo de indecibles sufrimientos y
humillaciones, Belsasar lo pasaba por alto con indiferencia.
No tardaron en ocurrir reveses. Babilonia fué sitiada por Ciro, so-
brino de Darío el Medo y general de los ejércitos combinados de los
medos y persas. Pero dentro de la fortaleza al parecer inexpugnable,
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con sus macizas murallas y sus puertas de bronce, protegida por el
río Eufrates, y abastecida con abundantes provisiones, el voluptuoso
monarca se sentía seguro y dedicaba su tiempo a la alegría y las
orgías.
En su orgullo y arrogancia, con temerario sentimiento de segu-
ridad, “Belsasar hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en
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