Página 343 - Profetas y Reyes (1957)

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El vigía invisible
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presencia de los mil bebía vino.” Todos los atractivos ofrecidos por
la riqueza y el poder aumentaban el esplendor de la escena. Entre
los huéspedes que asistían al banquete real había hermosas mujeres
que desplegaban sus encantos. Había hombres de genio y educación.
Los príncipes y los estadistas bebían vino como agua, y bajo su
influencia enloquecedora se entregaban a la orgía.
Habiendo quedado la razón destronada por una embriaguez des-
vergonzada, y habiendo cobrado ascendiente los impulsos y las
pasiones inferiores, el rey mismo dirigía la ruidosa orgía. En el trans-
curso del festín, ordenó “que trajesen los vasos de oro y de plata que
Nabucodonosor ... había traído del templo de Jerusalem; para que
bebiesen con ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubi-
nas.” El rey quería probar que nada era demasiado sagrado para sus
manos. “Entonces fueron traídos los vasos de oro, ... y bebieron con
ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron
vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de metal, de hierro,
de madera, y de piedra.”
Poco se imaginaba Belsasar que un Testigo celestial presenciaba
su desenfreno idólatra; pero un Vigía divino, aunque no reconocido,
miraba la escena de profanación y oía la alegría sacrílega. Pronto el
Huésped no invitado hizo sentir su presencia. Al llegar el desenfreno
a su apogeo, apareció una mano sin sangre y trazó en las paredes del
palacio, con caracteres que resplandecían como fuego, palabras que,
aunque desconocidas para la vasta muchedumbre, eran un presagio
de condenación para el rey y sus huéspedes, ahora atormentados por
su conciencia.
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Acallada quedó la ruidosa alegría, mientras que hombres y mu-
jeres, dominados por un terror sin nombre, miraban cómo la mano
trazaba lentamente los caracteres misteriosos. Como en visión pa-
norámica desfilaron ante sus ojos los actos de su vida impía; les
pareció estar emplazados ante el tribunal del Dios eterno, cuyo poder
acababan de desafiar. Donde tan sólo unos momentos antes habían
prevalecido la hilaridad y los chistes blasfemos, se veían rostros
pálidos y se oían gritos de miedo. Cuando Dios infunde miedo en
los hombres, no pueden ocultar la intensidad de su terror.
Belsasar era el más aterrorizado de todos. El era quien llevaba la
mayor responsabilidad por la rebelión contra Dios que había llegado
esa noche a su apogeo en el reino babilónico. En presencia del Vigía