Página 37 - Profetas y Reyes (1957)

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El orgullo de la prosperidad
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propósito del Señor. Razonaba que las alianzas políticas y comer-
ciales con las naciones circundantes comunicarían a esas naciones
un conocimiento del verdadero Dios; y contrajo alianzas profanas
con una nación tras otra. Con frecuencia estas alianzas quedaban
selladas por casamientos con princesas paganas. Los mandamientos
de Jehová eran puestos a un lado en favor de las costumbres de
aquellos otros pueblos.
Salomón se había congratulado de que su sabiduría y el poder
de su ejemplo desviarían a sus esposas de la idolatría al culto del
verdadero Dios, y que las alianzas así contraídas atraerían a las na-
ciones de en derredor a la órbita de Israel. ¡Vana esperanza! El error
cometido por Salomón al considerarse bastante fuerte para resistir
la influencia de asociaciones paganas, fué fatal. Lo fué también el
engaño que le indujo a esperar que no obstante haber despreciado él
la ley de Dios, otros podrían ser inducidos a reverenciar y obedecer
sus sagrados preceptos.
Las alianzas y relaciones comerciales del rey con las naciones
paganas le reportaron fama, honores y riquezas de este mundo. Pudo
traer oro de Ofir y plata de Tarsis en gran abundancia. “Y puso el
rey plata y oro en Jerusalem como piedras, y cedro como cabrahigos
que nacen en los campos en abundancia.”
2 Crónicas 1:15
. En el
tiempo de Salomón, era cada vez mayor el número de personas que
obtenían riquezas, con todas las tentaciones acompañantes; pero el
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oro fino del carácter quedaba empañado y contaminado.
Tan gradual fué la apostasía de Salomón que antes de que él se
diera cuenta de ello, se había extraviado lejos de Dios. Casi imper-
ceptiblemente comenzó a confiar cada vez menos en la dirección y
bendición divinas, y cada vez más en su propia fuerza. Poco a poco
fué rehusando a Dios la obediencia inquebrantable que debía hacer
de Israel un pueblo peculiar, y conformándose cada vez más estre-
chamente a las costumbres de las naciones circundantes. Cediendo a
las tentaciones que acompañaban sus éxitos y sus honores, se olvidó
de la Fuente de su prosperidad. La ambición de superar a todas las
demás naciones en poder y grandeza le indujo a pervertir con fines
egoístas los dones celestiales que hasta entonces había empleado
para glorificar a Dios. El dinero que debería haber considerado como
un cometido sagrado para beneficio de los pobres dignos de ayuda