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Profetas y Reyes
demarcación entre su pueblo y el mundo debe mantenerse siempre
inequívocamente bien trazada. Se negaron a formar alianza con los
que, si bien conocían los requerimientos de la ley de Dios, no querían
admitir su vigencia.
Los principios presentados en el libro de Deuteronomio para
la instrucción de Israel deben ser seguidos por el pueblo de Dios
hasta el fin del tiempo. La verdadera prosperidad depende de que
continuemos fieles a nuestro pacto con Dios. Nunca podemos correr
el riesgo de sacrificar los principios aliándonos con los que no le
temen.
Existe un peligro constante de que los que profesan ser cristianos
lleguen a pensar que a fin de ejercer influencia sobre los mundanos,
deben conformarse en cierta medida al mundo. Sin embargo, aunque
una conducta tal parezca ofrecer grandes ventajas, acaba siempre en
pérdida espiritual. El pueblo de Dios debe precaverse estrictamente
contra toda influencia sutil que procure infiltrarse por medio de los
halagos provenientes de los enemigos de la verdad. Sus miembros
son peregrinos y advenedizos en este mundo, y recorren una senda
en la cual les acechan peligros. No deben prestar atención a los sub-
terfugios ingeniosos e incentivos seductores destinados a desviarlos
de su fidelidad.
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No son los enemigos abiertos y confesados de la causa de Dios
los que son más de temer. Los que, como los adversarios de Ju-
dá y Benjamín, se presentan con palabras agradables, y aparentan
procurar una alianza amistosa con los hijos de Dios, son los que
tienen el mayor poder para engañar. Toda alma debe estar en guardia
contra los tales, no sea que la sorprenda desprevenida alguna tram-
pa cuidadosamente escondida. Y es especialmente hoy, mientras
la historia de esta tierra llega a su fin, cuando el Señor requiere de
sus hijos una vigilancia incesante. Aunque el conflicto no acaba
nunca, nadie necesita luchar solo. Los ángeles ayudan y protegen a
los que andan humildemente delante de Dios. Nunca traicionará el
Señor al que confía en él. Cuando sus hijos se acercan a él en busca
de protección contra el mal, él levanta con misericordia y amor un
estandarte contra el enemigo. Dice: No los toques; porque son míos.
Tengo sus nombres esculpidos en las palmas de mis manos.
Incansables en su oposición, los samaritanos debilitaban “las
manos del pueblo de Judá, y los arredraban de edificar. Cohecharon