Página 373 - Profetas y Reyes (1957)

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“Los profetas de Dios que les ayudaban”
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además contra ellos consejeros para disipar su consejo, todo el tiem-
po de Ciro rey de Persia, y hasta el reinado de Darío rey de Persia.”
Esdras 4:4, 5
. Mediante informes mentirosos despertaron sospechas
en espíritus que con facilidad se dejaban llevar a sospechar. Pero
durante muchos años las potestades del mal fueron mantenidas en
jaque, y el pueblo de Judea tuvo libertad para continuar su obra.
Mientras Satanás estaba procurando influir en las más altas po-
testades del reino de Medo-Persia para que mirasen con desagrado
al pueblo de Dios, había ángeles que obraban en favor de los des-
terrados. Todo el cielo estaba interesado en la controversia. Por
intermedio del profeta Daniel se nos permite vislumbrar algo de esta
lucha poderosa entre las fuerzas del bien y las del mal. Durante tres
semanas Gabriel luchó con las potestades de las tinieblas, procuran-
do contrarrestar las influencias que obraban sobre el ánimo de Ciro;
y antes que terminara la contienda, Cristo mismo acudió en auxilio
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de Gabriel. Este declara: “El príncipe del reino de Persia se puso
contra mí veintiún días: y he aquí, Miguel, uno de los principales
príncipes, vino para ayudarme, y yo quedé allí con los reyes de
Persia.”
Daniel 10:13
. Todo lo que podía hacer el cielo en favor del
pueblo de Dios fué hecho. Se obtuvo finalmente la victoria; las fuer-
zas del enemigo fueron mantenidas en jaque mientras gobernaron
Ciro y su hijo Cambises, quien reinó unos siete años y medio.
Fué un tiempo de oportunidades maravillosas para los judíos.
Las personalidades más altas del cielo obraban sobre los corazones
de los reyes, y al pueblo de Dios le tocaba trabajar con la máxima
actividad para cumplir el decreto de Ciro. No debiera haber esca-
timado esfuerzo para restaurar el templo y sus servicios ni para
restablecerse en sus hogares de Judea. Pero mientras se manifes-
taba el poder de Dios, muchos carecieron de buena voluntad. La
oposición de sus enemigos era enérgica y resuelta, y gradualmente
los constructores se descorazonaron. Algunos de ellos no podían
olvidar la escena ocurrida cuando, al colocarse la piedra angular,
muchos habían expresado su falta de confianza en la empresa. Y a
medida que se envalentonaban más los samaritanos, muchos de los
judíos se preguntaban si, a fin de cuentas, había llegado el momento
de reedificar. Este sentimiento no tardó en difundirse. Muchos de
los obreros, desalentados y abatidos, volvieron a sus casas, para
dedicarse a las actividades comunes de la vida.