Página 386 - Profetas y Reyes (1957)

Basic HTML Version

382
Profetas y Reyes
y el Abogado divino intercede en su favor. El que más fué ultrajado
[433]
por su ingratitud, el que conoce sus pecados y también su arrepenti-
miento, declara: “¡Jehová te reprenda, oh Satán! Yo dí mi vida por
estas almas. Sus nombres están esculpidos en las palmas de mis
manos. Pueden tener imperfecciones de carácter, pueden haber fra-
casado en sus esfuerzos; pero se han arrepentido y las he perdonado
y aceptado,”
Los asaltos de Satanás son vigorosos, sus engaños terribles; pero
el ojo del Señor está sobre sus hijos. La aflicción de éstos es grande,
las llamas parecen estar a punto de consumirlos; pero Jesús los sacará
como oro probado en el fuego. Su índole terrenal debe ser eliminada,
para que la imagen de Cristo pueda reflejarse perfectamente.
Puede parecer a veces que el Señor olvidó los peligros de su
iglesia y el daño que le han hecho sus enemigos. Pero Dios no
olvidó. Nada hay en este mundo que su corazón aprecie más que
su iglesia. No quiere que una conducta mundanal de conveniencias
corrompa su foja de servicios. No quiere que sus hijos sean vencidos
por las tentaciones de Satanás. Castigará a los que le representen
mal, pero será misericordioso para con todos los que se arrepientan
sinceramente. A los que le invocan para obtener fuerza con que
desarrollar un carácter cristiano les dará toda la ayuda que necesiten.
En el tiempo del fin, los hijos de Dios estarán suspirando y
clamando por las abominaciones cometidas en la tierra. Con lágrimas
advertirán a los impíos el peligro que corren al pisotear la ley divina,
y con tristeza indecible y penitencia se humillarán delante del Señor.
Los impíos se burlarán de su pesar y ridiculizarán sus solemnes
súplicas; pero la angustia y la humillación de los hijos de Dios dan
evidencia inequívoca de que están recobrando la fuerza y nobleza
de carácter perdidas como consecuencia del pecado. Porque se están
acercando más a Cristo y sus ojos están fijos en su perfecta pureza,
disciernen tan claramente el carácter excesivamente pecaminoso del
pecado. La mansedumbre y humildad de corazón son las condiciones
[434]
indispensables para obtener fuerza y para alcanzar la victoria. Una
corona de gloria aguarda a los que se postran al pie de la cruz.
Los fieles, que se encuentran orando, están, por así decirlo, en-
cerrados con Dios. Ellos mismos no saben cuán seguramente están
escudados. Incitados por Satanás, los gobernantes de este mundo
procuran destruirlos; pero si pudiesen abrírseles los ojos, como se