Página 437 - Profetas y Reyes (1957)

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Instruídos en la ley de Dios
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enviad porciones a los que no tienen prevenido; porque día santo es
a nuestro Señor: y no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es
vuestra fortaleza.”
La primera parte del día se dedicó a ejercicios religiosos, y el
pueblo pasó el resto del tiempo recordando agradecido las bendi-
ciones de Dios y disfrutando de los bienes que él había provisto. Se
mandaron también porciones a los pobres que no tenían nada que
preparar. Había gran regocijo porque las palabras de la ley habían
sido leídas y comprendidas.
Al día siguiente, se continuó leyendo y explicando la ley. Y al
tiempo señalado, el décimo día del mes séptimo, se cumplieron,
según el mandamiento, los solemnes servicios del día de expiación.
Desde el décimoquinto día hasta el vigésimo segundo del mismo
mes, el pueblo y sus gobernantes observaron otra vez la fiesta de las
cabañas. Se hizo “pregón por todas sus ciudades y por Jerusalem,
diciendo: Salid al monte, y traed ramos de oliva, y ramos de pino, y
ramos de arrayán, y ramos de palmas, y ramos de todo árbol espeso,
para hacer cabañas como está escrito. Salió pues el pueblo, y trajeron,
e hiciéronse cabañas, cada uno sobre su terrado, y en sus patios, y
en los patios de la casa de Dios... Y hubo alegría muy grande. Y
leyó Esdras en el libro de la ley de Dios cada día, desde el primer
día hasta el postrero.”
Día tras día, al escuchar las palabras de la ley, el pueblo se había
convencido de sus transgresiones y de los pecados que había come-
tido la nación en generaciones anteriores. Vieron que, por el hecho
de que se habían apartado de Dios, él les había retirado su cuidado
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protector y los hijos de Abrahán habían sido dispersados en tierras
extrañas; y resolvieron procurar su misericordia y comprometerse a
andar en sus mandamientos. Antes de tomar parte en este servicio
solemne, celebrado el segundo día después de terminada la fiesta de
las cabañas, se separaron de los paganos que había entre ellos.
Cuando el pueblo se postró delante de Jehová, confesando sus
pecados y pidiendo perdón, sus dirigentes le alentaron a creer que
Dios, según su promesa, oía sus oraciones. No sólo debían lamentar-
se y llorar, arrepentidos, sino también creer que Dios los perdonaba.
Debían demostrar su fe recordando sus misericordias y alabándole
por su bondad. Dijeron esos instructores: “Levantáos, bendecid a
Jehová vuestro Dios desde el siglo hasta el siglo.”