Página 442 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
rusalem una y dos veces,” con la esperanza de tener oportunidad
de negociar con la gente de la ciudad o del campo. Nehemías les
advirtió que si continuaban haciendo esto serían castigados. Les
dijo: “¿Por qué os quedáis vosotros delante del muro? Si lo hacéis
otra vez, os echaré mano.” “Desde entonces no vinieron en sábado.”
También ordenó a los levitas que guardasen las puertas, pues sabía
que serían más respetados que la gente común y, además, por el
hecho de que estaban estrechamente relacionados con el servicio
de Dios, era razonable esperar de ellos que fuesen más celosos para
imponer la obediencia a su ley.
Luego Nehemías dedicó su atención al peligro que nuevamente
amenazaba a Israel por causa de los casamientos mixtos y del trato
con los idólatras. Escribe: “Vi asimismo en aquellos días Judíos
que habían tomado mujeres de Asdod, Ammonitas, y Moabitas: y
sus hijos la mitad hablaban asdod, y conforme a la lengua de cada
pueblo; que no sabían hablar judaico.”
Estas alianzas ilícitas ocasionaban gran confusión en Israel;
porque algunos de los que las contraían eran hombres de posición
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encumbrada, gobernantes a quienes el pueblo tenía derecho a consi-
derar como consejeros y buenos ejemplos. Previendo la ruina que
aguardaba a la nación si se dejaba subsistir ese mal, Nehemías ra-
zonó fervorosamente con los que lo cometían. Señalando el caso
de Salomón, les recordó que entre todas las naciones no se había
levantado un rey como él, a quien Dios hubiese dado tanta sabiduría;
y sin embargo las mujeres idólatras habían apartado de Dios su co-
razón, y su ejemplo había corrompido a Israel. Nehemías preguntó
severamente: “¿Obedeceremos a vosotros para cometer todo este
mal tan grande?” “No daréis vuestras hijas a sus hijos, y no tomaréis
de sus hijas para vuestros hijos, o para vosotros.”
Cuando les hubo presentado los mandatos y las amenazas de
Dios, así como los terribles castigos que en lo pasado habían caído
sobre Israel por ese preciso pecado, se les despertó la conciencia, y
se inició una obra de reforma que desvió de ellos la ira de Dios y les
atrajo su aprobación y bendición.
Algunos, que desempeñaban cargos sagrados rogaron por sus
esposas paganas, declarando que no podían separarse de ellas. Pero
no se hizo distinción alguna ni se respetaron la jerarquía ni los
puestos. Cualquiera de los sacerdotes o gobernantes que rehusó