Página 443 - Profetas y Reyes (1957)

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Una reforma
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cortar sus vínculos con los idólatras quedó inmediatamente separado
del servicio del Señor. Un nieto del sumo sacerdote, casado con una
hija del notorio Sambalat, no sólo fué destituído de su cargo sino
prestamente desterrado de Israel. Nehemías oró así: “¡Acuérdate de
ellos, oh Dios mío, en orden a sus profanaciones del sacerdocio, y
del pacto del sacerdocio, y del de los levitas!” (V.M.)
Sólo el día del juicio revelará la angustia que sintió en su alma
ese fiel obrero de Dios por tener que actuar con tanta severidad.
Había que luchar constantemente contra elementos opositores; y
sólo se lograba progresar con ayuno, humillación y oración.
Muchos de los que se habían casado con mujeres idólatras pre-
firieron acompañarlas en el destierro; y los tales, juntamente con
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los que habían sido expulsados de la congregación, se unieron a los
samaritanos. Allí los siguieron también algunos que habían ocupado
altos cargos en la obra de Dios, y después de un tiempo echaron su
suerte con ellos. Deseosos de fortalecer esta alianza, los samaritanos
prometieron adoptar más plenamente la fe y las costumbres judai-
cas; y los apóstatas, resueltos a superar a los que antes fueron sus
hermanos, erigieron un templo en el monte Gerizim, en oposición a
la casa de Dios en Jerusalén. Su religión continuó siendo una mezcla
de judaísmo y paganismo; y su aserto de ser el pueblo de Dios fué
fuente de cisma, emulación y enemistad entre las dos naciones de
generación en generación.
En la obra de reforma que debe ejecutarse hoy, se necesitan
hombres que, como Esdras y Nehemías, no reconocerán paliativos
ni excusas para el pecado, ni rehuirán de vindicar el honor de Dios.
Aquellos sobre quienes recae el peso de esta obra no callarán cuando
vean que se obra mal ni cubrirán a éste con un manto de falsa
caridad. Recordarán que Dios no hace acepción de personas y que
la severidad hacia unos pocos puede resultar en misericordia para
muchos. Recordarán también que el que reprende el mal debe revelar
siempre el espíritu de Cristo.
En su obra, Esdras y Nehemías se humillaron delante de Dios,
confesaron sus pecados y los del pueblo, y pidieron perdón como si
ellos mismos hubiesen sido los culpables. Con paciencia trabajaron,
oraron y sufrieron. Lo que más dificultó su obra no fué la franca
hostilidad de los paganos, sino la oposición secreta de los que se
decían sus amigos, quienes, al prestar su influencia al servicio del