Página 467 - Profetas y Reyes (1957)

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“La casa de Israel”
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observancia de las ceremonias y los ritos religiosos. Sin conformarse
con los ritos que Dios mismo había ordenado, agravaron los manda-
mientos divinos con innumerables exacciones propias. Cuanto más
se alejaban de Dios, más rigurosos se volvían en la observancia de
esas formas.
Con todas estas minuciosas y gravosas exacciones, resultaba en
la práctica imposible que el pueblo guardase la ley. Los grandes
principios de justicia presentados en el Decálogo y las gloriosas
verdades reveladas en el servicio simbólico se obscurecían por igual,
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sepultados bajo una masa de tradiciones y estatutos humanos. Los
que deseaban realmente servir a Dios y procuraban observar toda la
ley según lo ordenado por los sacerdotes y príncipes, gemían bajo
una carga pesadísima.
Como nación, el pueblo de Israel, aunque deseaba el adveni-
miento del Mesías, estaba tan separado de Dios en su corazón y en
su vida que no podía tener un concepto correcto del carácter ni de
la misión del Redentor prometido. En vez de desear la redención
del pecado, así como la gloria y la paz de la santidad, su corazón
anhelaba obtener liberación de sus enemigos nacionales y recobrar
el poder mundanal. Esperaba al Mesías como conquistador que que-
brase todo yugo y exaltase a Israel para que dominase todas las
naciones. Así había logrado Satanás preparar el corazón del pueblo
para que rechazase al Salvador cuando apareciera. El orgullo que
había en el corazón de ese pueblo y sus falsos conceptos acerca del
carácter y la misión del Mesías les impedirían pesar con sinceridad
las evidencias de su carácter de tal.
Durante más de mil años el pueblo judío había aguardado la
venida del Salvador prometido. Sus esperanzas más halagüeñas se
habían basado en ese acontecimiento. Durante mil años, en cantos
y profecías, en los ritos del templo y en las oraciones familiares,
se había reverenciado su nombre; y sin embargo cuando vino, no
le reconocieron como el Mesías a quien tanto habían esperado. “A
lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.”
Juan 1:11
. Para sus
corazones amantes del mundo, el Amado del cielo fué “como raíz
de tierra seca.” A sus ojos no hubo “parecer en él, ni hermosura;” no
discernieron en él belleza que se lo hiciese desear.
Isaías 53:2
.
Toda la vida de Jesús de Nazaret entre el pueblo judío fué un
reproche para el egoísmo que este pueblo reveló al no querer reco-