Página 469 - Profetas y Reyes (1957)

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“La casa de Israel”
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ellos con poder inconfundible. Se vieron retratados en los labradores,
e involuntariamente exclamaron: ¡No lo permita Dios!
Con solemnidad y pesar, Cristo preguntó: “¿Nunca leísteis en
las Escrituras: La piedra que desecharon los que edificaban, ésta fué
hecha por cabeza de esquina: por el Señor es hecho esto, y es cosa
maravillosa en nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios
será quitado de vosotros, y será dado a gente que haga los frutos
de él. Y el que cayere sobre esta piedra, será quebrantado; y sobre
quien ella cayere, le desmenuzará.”
Mateo 21:34-44
.
Si el pueblo le hubiese recibido, Cristo habría evitado a la nación
judía su condenación. Pero la envidia y los celos la hicieron implaca-
ble. Sus hijos resolvieron que no recibirían a Jesús de Nazaret como
el Mesías. Rechazaron la Luz del mundo y desde ese momento su
vida quedó rodeada de tinieblas como de medianoche. La suerte
predicha cayó sobre la nación judía. Sus propias fieras pasiones,
irrefrenadas, obraron su ruina. En su ira ciega se destruyeron unos
a otros. Su orgullo rebelde y obstinado atrajo sobre ellos la ira de
sus conquistadores romanos. Jerusalén fué destruida, el templo re-
ducido a ruinas, y su sitio arado como un campo. Los hijos de Judá
perecieron de las maneras más horribles. Millones fueron vendidos
para servir como esclavos en tierras paganas.
Lo que Dios quiso hacer en favor del mundo por Israel, la nación
escogida, lo realizará finalmente mediante su iglesia que está en la
tierra hoy. Ya dió “su viña ... a renta a otros labradores,” a saber a
su pueblo guardador del pacto, que le dará fielmente “el fruto a sus
tiempos.” Nunca ha carecido el Señor en esta tierra de representantes
fieles, que consideraron como suyos los intereses de él. Estos testigos
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de Dios se cuentan entre el Israel espiritual, y se cumplirán en su
favor todas las promesas del pacto que hizo Jehová con su pueblo
en la antigüedad.
Hoy la iglesia de Dios tiene libertad para llevar a cabo el plan
divino para la salvación de la humanidad perdida. Durante muchos
siglos el pueblo de Dios sufrió la restricción de sus libertades. Se
prohibía predicar el Evangelio en su pureza, y se imponían las pe-
nas más severas a quienes osaran desobedecer los mandatos de los
hombres. En consecuencia, la gran viña moral del Señor quedó casi
completamente desocupada. El pueblo se veía privado de la luz que
dimana de la Palabra de Dios. Las tinieblas del error y de la supers-